Opinión de Camilo Contreras Delgado Director General Regional del Noreste de El Colegio de la Frontera Norte de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 15 de marzo de 2012

Ya sin manantial, sin agua corriendo por el pueblo, con escasez y tandeo del servicio de agua en el domicilio donde la tuvieron en abundancia, es otra de muchas historias cotidianas de México.

Por azares del trabajo caí en Santa María Acuexcomac, y aunque el motivo del trabajo es otro, ha sido inevitable toparse con la relación agua-comunidad en esta localidad poblana. El pueblo lleva el agua hasta en el nombre, Acuexcomac es “lugar de agua” en náhuatl. Uno de los principales patrimonios culturales también está asociado al agua, se trata de un centenario ahuehuete (sabino de este lado del país), que está en el centro del pueblo rodeado de agua estancada en lo que fue un hermoso manantial. Este árbol está en el centro de la localidad, a un lado de la iglesia, de la presidencia auxiliar, y fue lugar de esparcimiento y visita desde otros puntos de la región. Recargado en uno de los enormes troncos está un pequeño altar con la Virgen de Guadalupe. El pueblo está enmarcado en el Parque Nacional Iztaccíhuatl-Popocatépetl.

No hace mucho tiempo en el territorio de esta comunidad fueron perforados cinco pozos profundos para llevar agua a la ciudad de Puebla. Desde entonces, según los vecinos, las norias, el manantial y el agua de la red mermaron. Otra vez se trata de un episodio repetitivo en el país: la relación conflictiva campo-ciudad alrededor del agua.

Todos los adultos de Santa María Acuexcomac conocen los principales hechos relacionados con el agua. Sin embargo, esto no se queda allí, algunos habitantes son críticos del despilfarro del recurso en el hogar y solicitan asesoría para su uso más racional.

La densidad de población crece en la localidad y con ella el uso más intenso del recurso. Los terrenos cerca del centro, antes agrícolas, se reparten a los hijos y éstos a sus hijos, lo que da por resultado una fragmentación y cambio de uso del suelo, y el incremento en la demanda de agua, entre otros servicios. Como es de suponer, de agricultores pasan a jornaleros o a otro tipo de trabajo asalariado, por lo general precarizado. En poco tiempo la localidad será expulsora masiva de mano de obra.

En esa trayectoria rural-urbana, que aún perdura, las viviendas transitaron del uso de letrinas a la conexión de drenaje público, mismo que desemboca en un barranco que lleva las aguas servidas a un río. Otra constante en el país, la falta de infraestructura y equipamiento para el tratamiento y reuso del agua y evitar seguir contaminando.

Los habitantes de ésta y muchas otras comunidades, los gobiernos, los analistas, los medios de comunicación conocen estas situaciones y de qué sirve, caemos en lugar común: sigue creciendo el muro de los lamentos.