Los menores y la pandemia: una llamada de atención

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Opinión de Olivia Ruiz M. Investigadora de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 3 de febrero de 2022

En la sombra del Covid-19 se avizora otra amenaza a la salud, lo que algunos están llamando una epidemia secundaria. Se refieren al impacto de la pandemia en la salud mental – tanto entre los que se contagiaron del virus como entre la población que no lo ha padecido. Los síntomas son variados; incluyen malestares anímicos (tristeza, miedo, preocupación excesiva, frustración, ansiedad), trastornos físicos (dolores de cabeza, dolores corporales, problemas digestivos y de la piel) y cambios en el comportamiento (mayor consumo de alcohol y tabaco). A la vez, como alertan los estudios más recientes, algunas poblaciones han resultado ser más vulnerables, entre ellas, los niños y adolescentes, el enfoque de esta reflexión. 

Es una cruel ironía que las medidas recomendadas, y en momentos impuestas, para evitar el contagio y asegurar la integridad física, sean algunas de las causas de este desenlace. Me refiero, en especial, al distanciamiento social y al confinamiento que, recetados para controlar la propagación del virus y aminorar sus estragos, han resultado ser especialmente nocivos para el bienestar de los niños y adolescentes.

Las manifestaciones de su malestar se han vuelto comunes. Los niños extrañan a sus amigos y el juego fluido y sin cubre bocas con sus compañeros de clase.  Los adolescentes se quejan y se rebelan ante la imposición del confinamiento, lo cual no sorprende, dada la importancia que tienen las cohortes de edad en esa etapa de sus vidas.  A la vez, como miembros de familias, los menores no son inmunes a los estados anímicos de sus padres y madres quienes luchan con sus propias ansiedades, frustraciones y miedos ante el escenario amenazante e incierto. 

Dicho lo anterior, vale mencionar que el impacto del aislamiento no ha sido igual para todos. Algunos dicen sentir menos ansiedad social y presión social de cohortes y gozar la mayor cercanía con la familia.  Pero para un número significante de menores de edad, los protocolos sanitarios han presentado fuertes desafíos a su bienestar emocional. Son los  que no quieren levantarse de la cama en la mañana, que dejan de comer, que se retraen de la familia y salen mal en sus clases. En casos extremos, terminan en las salas de emergencia de los hospitales y tienen ideaciones suicidas; de hecho, los intentos de suicidio aumentaron de manera alarmante entre 2019 y 2020, especialmente entre niñas y mujeres adolescentes.  

Habría que notar que si bien la pandemia y el confinamiento introdujeron retos sustanciales para la salud mental, llegaron en un momento ya de por si delicado y preocupante para los menores. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), justo antes de que se desatara la pandemia, 14 por ciento de los que tenían entre 10 y 19 años de edad experimentaba algún problema de salud mental.  La depresión y la ansiedad se habían vuelto tan comunes que representaban la mayor causa de enfermedad y discapacidad entre menores y el suicidio la cuarta causa de muerte en la cohorte de 15 a 19 años de edad.  En este sentido, la pandemia vino a complicar y agudizar un problema ya existente, además de introducir agravantes propios. 

Aunque hay pocos estudios sobre la relación entre las crisis sanitarias y la salud mental en poblaciones humanas, los pocos que existen nos alertan a hechos que ya podemos observar. Un estudio sobre el impacto del H1N1 en menores, por ejemplo, revelo que una tercera parte de los niños y adolescentes que vivieron el suceso experimentaron episodios agudos de estrés, incluso después de que pasara la emergencia; era frecuente su aversión al contacto social y muchos siguieron reviviendo la experiencia original del trauma. Otro estudio, sobre las consecuencias de vivir en cuarentena, concluyo que los niños eran cinco veces más propensos a requerir apoyo terapéutico, y, de manera semejante, otro estudio noto síntomas de síndrome de estrés postraumático en 30 por ciento de los niños que habían experimentado el confinamiento, comparado con 25 por ciento en los adultos.  

Estos datos concuerdan con la información que poco a poco va saliendo sobre la situación actual. Un estudio sobre la población de menores en China, por ejemplo, nota que la población entre 3 y 18 años de edad es la que más muestra síntomas de ansiedad, miedo e irritabilidad.  Datos del Reino Unido respaldan ese cuadro epidemiológico; indican que los menores están registrando una mayor incidencia de miedo, preocupación y ansiedad por el presente y el futuro. 

Dada la situación, es lamentable la falta de recursos para atender la salud mental de los niños y adolescentes, un triste reflejo de la mínima atención que recibe la salud mental a nivel mundial para personas de cualquier edad. Datos de la OMS calculan que la inversión en servicios de salud mental llega en promedio a solamente 2 por ciento de los presupuestos de los estados naciones. Esto es así no obstante su bajo costo y la amplia evidencia de los beneficios que puede tener.

Dra. Olivia Ruiz M.

El Colegio de la Frontera Norte