Como bien saben las poblaciones fronterizas, el límite entre México y Estados Unidos es un espacio lleno de contrastes y discordancias, es un lugar donde confluyen dinámicas locales, regionales, nacionales e internacionales, dando como resultado un conjunto de particularidades difíciles de encontrar en otros lugares del planeta.
La frontera es, por definición, un acto de violencia infligida al territorio y a las poblaciones de ambos lados, y en casos como éste, intensificado en mayor grado. Por eso sorprende hallar lugares que nos hablan –a veces en una lengua y en otras, en dos– de la amistad entre las comunidades de un lado y del otro.
A lo largo de los más de tres mil kilómetros que separan México y Estados Unidos se encuentran algunas muestras de ello. Calles y avenidas bautizadas con el nombre de Amistad en varias ciudades, desde Matamoros hasta San Diego; el monumento Flama de la Amistad que México regaló en el año 2000 a San Diego, expuesto frente a la bahía de esta ciudad californiana; el Parque Binacional de la Amistad entre Tijuana e Imperial Beach, con vistas al inmenso Océano Pacífico e inaugurado en 1971; la presa Amistad, entre Ciudad Acuña y Del Río y que, por cierto, inicialmente se propuso que se llamara presa del Diablo… por el torrente que desguaza en el río Bravo, no por otra razón; o las varias fiestas transfronterizas de la Amistad que comparten Ojinaga y Presidio, Piedras Negras y Eagle Pass, entre otras más, y que se inician con un abrazo entre los respectivos alcaldes.
Decía que la frontera está llena de contradicciones, y ésta es una de ellas. Urbanismo, infraestructuras, paisaje, fiestas y abrazos que, en este contexto, son más una demostración de un anhelo que de la realidad.
Incluso parecerían más un deseo del pasado que del presente. Ejemplo de ello es el Parque Binacional de la Amistad, hoy dividido por el muro fronterizo, y cuyo acceso está impedido desde 2009 y donde sólo es posible un ligero contacto físico a través de la malla con un apretón de manos. Sin embargo, en este mar de paradojas es necesario distinguir la acción y los deseos de cada uno de los niveles que confluyen en el espacio fronterizo, para evitar hacer el límite más infranqueable de lo que ya es.
A pesar de los impedimentos, las comunidades locales de ambos lados reivindican su amistad y reclaman a las administraciones estatales y federales que no trasladen sus desencuentros a los espacios de proximidad. Así, gracias al trabajo insistente de organizaciones comunitarias de la región transfronteriza de Tijuana-San Diego, desde fines del año pasado, Estados Unidos permite el acceso desde México al parque, aunque por ahora de manera restringida a pequeños grupos de personas y a horas concretas.
El objetivo final sería terminar con dichas contradicciones; naturalmente, por el lado de los impedimentos, no por el de la amistad.