Los chavos migrantes, riesgos y masculinidad

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Opinión de Óscar Misael Hernández Profesor-Investigador del Colegio de la Frontera Norte de El Colegio de la Frontera Norte

miércoles 18 de abril de 2012

“¿Y cómo te sentiste cuando ibas a cruzar el río?”, le pregunté a Jaime, un menor migrante de Guerrero que fue repatriado de Estados Unidos por la ciudad de Matamoros. “Pues como raro. A veces me daba miedo que me agarraran, pero bueno, si me agarran ya ni modo. Después le eché ganas y seguimos”.

Esta narrativa evidencia lo que sienten y piensan algunos menores que emigran, pero también cómo en este proceso se construye y/o refuerza la hombría.

Algunos especialistas han reconocido que el estudio de la migración de menores había sido soslayado hasta hace poco, dándose más importancia a la migración de adultos. Esto sorprende, pues cifras institucionales reflejan que el fenómeno no es para menos: según el Instituto Nacional de Migración, sólo entre enero y febrero del 2012 fueron repatriados de los Estados Unidos un total de tres mil 111 menores mexicanos, 85 por ciento de ellos varones.

Si los estudios sobre el tema son reducidos, son menos aquellos que indagan la masculinidad en este.

Tal propuesta alude a la construcción de significados y prácticas sobre ser un hombre. Y en la migración podemos captar muchos de esos: desde tomar la decisión de migrar, hasta agarrar el valor para cruzar el Río Bravo a sabiendas de los riesgos naturales y sociológicos.

Por ejemplo Luis, un menor migrante proveniente del estado de Zacatecas, le pregunté si había tenido miedo al cruzar y me dijo: “No, que me mataran o algo, no”. ¿De algún animal o algo así?, volví a cuestionarle: “No, nada”. “¿De ahogarte en el río?”, y respondió: “Eso es lo que temía, que me cruzaran por el río y que se cayera la balsa, porque no sé nadar, pero iba bien agarrado”.

Estas respuestas aluden a cómo los menores migrantes conciben los riesgos de cruzar la frontera México-Estados Unidos a través del Río Bravo, riesgos que en la opinión de algunos migrólogos son muchos y, en el peor de los casos, resultan en la muerte de algunos migrantes.

A pesar de lo anterior, pareciera ser que para Luis los riesgos no eran tales, y más bien el valor y la hombría salieron a relucir como una caparazón para cubrir el miedo durante esa experiencia.

Para otros menores migrantes, el único riesgo que percibían era que migración los detuviera. Armando, otro menor migrante oriundo de Guanajuato, comentaba: “Pues sí, miedo de que me fueran a agarrar y eso, pero nada más. Venía con unos primos y sé nadar, no había problema, lo único era migración, fuera de eso pues había que apurarse y los primos hasta se reían cuando me atrasaba”.

La masculinidad se construye como un ritual de demostración de valor, competencia e incluso la agresión.

Y en la experiencia migratoria de estos menores, parece que esto se evidencia: no temer morir en el camino o en el río, aguantar el trote de migrar y competir con los parientes; a final de cuentas, demostrar que a pesar de ser un menor, se es fuerte y rudo en el trayecto migratorio, o en otras palabras, que se es –o se hace– un hombre.