Cuántas veces hemos escuchado “el agua es la molécula de la vida”. Sin duda esta partícula que parece simple, aunque con ciertas peculiaridades, la llevan a ser una sustancia única, y el componente principal de todos los seres vivos y del planeta.
Al ser la fuente de la vida y compañera de todas civilizaciones del mundo como la mesopotámica, egipcia, china e hindú, que se han beneficiado por ella, también fueron afectadas por los grandes flujos hídricos que son incoloros sin sabor y color, que corre por los ríos como si fueran las venas del planeta.
Sin duda alguna la grandeza del agua ha llevado a que sea venerada como una diosa, sea Ishtar en Mesopotamia o Anuket del Nilo en Egipto, entre otras deidades, las cuales amaban o temían a este líquido como la vida y la muerte.
El manejo y saneamiento del agua implica entubarla para contenerla y llevarla a las poblaciones, administrar o gestionarla como relojito para brindarla en cantidad y calidad tal como lo establece el derecho humano al agua y saneamiento que todas las personas deben gozar con responsabilidad.
Un punto interesante sobre el agua es que nos referimos a ella en masculino y es quizás por esto que está más representada por dioses que por diosas, ¿será que no había equidad de género entre los dioses del agua?, sobre todo en el caso mexicano.
La Comisión Nacional del Agua (Conagua) dice que existían más dioses que diosas, la cuales eran sólo tres: Chalchiuhtlicue (deidad de lagos y corrientes de agua); Cuerauáperi o Nana Kuerajperi (creadora del hombre y todas las cosas que incluían ríos y lagos) y Matlalcueye (dios de las nubes y las lluvias para que creciera el maíz).
Mientras que los dioses más conocidos eran 8: Chaac (deidad maya asociada al agua y la lluvia), el clásico Tláloc (dios de las lluvias por los mexicas); Pitao Cocijo (divinidad zapoteca de la lluvia y la tormenta); Dzahui (dios mixteca de la lluvia); Amimitl (dios mexica de lagos y pescadores); Huracán (dios de las tormentas, del viento y del fuego); Metzabok (dios de los truenos y la lluvia) y Yuku (dios yaqui de la lluvia).
Al agua no sólo se le ha representado como diosa, también ha recibido aportaciones de grandes mujeres, químicas, filósofas, matemáticas o investigadoras, que han contribuido a su conocimiento y gestión.
Es el caso de María la Judía (entre el siglo I y siglo III d.C.), que fue la primera química estudiante de la escuela de Alejandría, ella aportó el método llamado popularmente “baño María”, que es un alambique de destilación que mantiene a una temperatura constante al recipiente por el agua caliente.
Otra mujer que dio importantes aportaciones desde un enfoque filosófico y matemático es Hipatia de Alejandría (370 D.C.—415 D.C.), con el destilado, el nivelador del agua y el hidrómetro para medir la densidad relativa de los líquidos, el que sería el precursor del aerómetro.
Por su parte “Los secretos desvelados” de la escritora Isabella Cortese (siglo XVI), aportan una serie de recetas, remedios y consejos de cosméticos, hasta algunas descripciones detalladas de variados procesos alquímicos y metalúrgicos.
Elizabeth Fulhame (Siglo XVII), también química, aportó un ensayo sobre las reacciones de oxidación del agua que la llevaron a ser integrante honoraria de la Sociedad Química de Filadelfia. Mientras Marie-Anne Pierrette Paulze (1758-1836), fue la precursora de la química moderna al publicar información sobre el calor y la formación de los líquidos, así como ideas sobre combustión, aire, calcinación de metales, acción de los ácidos, y la composición del agua.
En tanto la química Ellen Swallow Richards (1842-1911), fue la primera ambientalista o ingeniera ambiental y precursora de la “higiene ambiental”. Además, de ser la fundadora de “Women´s Laboratory” y más tarde del Centro Oceanográfico de Woo Hole, y la “Economía Doméstica”; mezcla entre cocina, nutrición, abastecimiento de agua, higiene y salud.
Finalmente, la física Agnes Pockels (1862-1935), quien se educó a través de los libros de su hermano que asistió a la universidad y le permitieron aportar conocimiento sobre la “tensión superficial” que concibió cuando lavaba los trastes, al ver la tensión superficial entre el agua y las monocapas de la suciedad de aceite, grasas y jabones, que la llevaron a desarrollar la denominada “cubeta Pocker”.
Así, todas estas mujeres aportaron una mirada de conocimiento sobre la molécula de la vida enfrentando los patrones socioculturales de su época.
Dra. María Eugenia González Ávila
El Colegio de la Frontera Norte