La metodología y la generación del conocimiento científico

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Opinión de Artemisa López León Investigadora de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 11 de agosto de 2022

Albert Einstein dijo que la imaginación era más importante que el conocimiento. Hace más de dos décadas, cuando era estudiante del Centro de Estudios Rurales de El Colegio de Michoacán (Colmich), conocí esa frase porque estaba escrita en un cartel enmarcado que era parte de la decoración de la oficina del Coordinador de ese Centro.

En el Colmich también supe que “a investigar se aprende investigando”; varios de mis profesores decían esa frase, con cierta frecuencia, a la par que nos llevaban a recorridos de campo, generalmente en fines de semana, que incluían charlas con los principales actores del lugar. Después, estudiantes y profesores comentábamos sobre lo visto y escuchado en esos recorridos; esa era una de las maneras que tenían para instruir a sus pupilos en los temas que, en ese tiempo, trabajaban los investigadores de Rurales.

La frase de Einstein, esa frase colmichiana y esa primera experiencia de hacer recorridos de campo para indagar sobre una temática y un lugar de estudio, se volvieron parte de la manera en que aprendí a hacer investigación.

Esas frases que me impactaron, con su brevedad y fuerza, pusieron en duda lo que había conocido de la investigación en mis estudios de bachillerato y universitarios. En algún curso recuerdo que nos hicieron aprendernos los pasos del método científico, según Mario Bunge. No pongo en duda la relevancia de lo escrito por Bunge y cuyo conocimiento se ha transmitido, por generaciones, a miles de estudiantes, pero la manera en que los docentes, en esos niveles de estudio, nos impartían investigación no era precisamente intuitiva ni mucho menos imaginativa.

Hace 15 años, cuando trabajé en una universidad pública, recuerdo a varios colegas docentes que incluso eran capaces de citar ese famoso y reconocido libro de Metodología de la Investigación de Roberto Hernández Sampieri, Carlos Fernández Collado y Pilar Baptista Lucio. También recuerdo la mirada de reprobación que me lanzó una colega docente cuando, en un pasillo, quiso que intercambiáramos opiniones de las diferencias que había entre  las dos últimas ediciones de las normas APA y yo ni me había enterado que la universidad había pagado miles de pesos para que tuviéramos la edición más reciente.

También recuerdo que no supe qué responder cuando otra colega me preguntó cuántas hipótesis había en mi proyecto de investigación vigente y mi tesis doctoral y si había hecho entrevistas de cuarenta minutos. Y es que yo sólo tuve una hipótesis en la tesis doctoral, mi trabajo de grado de maestría ¡ni hipótesis tenía!; algunas de mis entrevistas duraron veinte minutos, otras fueron charlas tan buenas y profundas que duré más de dos horas platicando con algún informante clave y recuerdo que hasta quedábamos de vernos, nuevamente, si me habían quedado temas en el tintero.

Luego me enteré que el número de hipótesis y la duración de las entrevistas a profundidad eran dos temas que un docente de la universidad había abordado en un libro de metodología cualitativa que la universidad había publicado poco antes de que yo entrara a trabajar ahí y, claro, ese libro, era como la biblia en turno.

Ahora viene a mi mente otro docente de esa universidad que no podía creer que no hubiera usado Atlas Ti para procesar mis entrevistas y que tampoco hubiera tenido a un asistente, un becario o un estudiante que hiciera entrevistas por mí, al menos que las transcribiera y categorizara. Su cara de incredulidad se volvió decepción porque él quería que platicáramos de todas las bondades del Atlas Ti y no pudo conversar de eso con la “doctora” recién llegada.

Pero aprendí las lecciones. Leí completa la última edición, de ese tiempo, del libro de Hernández Sampieri, Fernández Collado y Baptista Lucio; cada tanto reviso la Web para ver que APA no haya sacado una nueva edición y yo ni me entere; aprendí a utilizar lo básico del Atlas Ti y hasta del SPSS; y, en los últimos meses, me he estado familiarizando con el uso del Ithenticate, para detectar plagios.

Todavía me resisto a que me ayuden a hacer entrevistas. Solamente con ciertas entrevistas, y si ando muy saturada de trabajo, pido a algún becario que me apoye con la transcripción, porque trabajo temas muy delicados o de índole política y si logro el rapport esperado, mis entrevistados olvidan, por momentos, que los estoy grabando y me platican cosas que prefiero guardarlas sólo para mí. Lo que aún no hago es pre-decidir cuántas hipótesis tendrán mis proyectos ni tampoco cuento los minutos que duran mis entrevistas.

Debido a mi aprendizaje colmichiano y a esas experiencias como docente de una universidad, cuando el temario de mis cursos de metodología indica que debo enseñar a los estudiantes a hacer un proyecto o un protocolo de investigación, procuro que uno de los textos obligatorios sea la Guía para la formulación y ejecución de proyectos de investigación que atinadamente coordinó Rossana Barragán; un libro que conocí por Willem Assies (q.e.p.d.), mi profesor y lector de mi trabajo de grado de maestría y de mi tesis doctoral.

Particularmente procuro que mis estudiantes lean las primeras páginas de esta guía porque, ahí, Rossana Barragán dice que un tema de investigación debe enamorarnos; de otra manera, es difícil lograr un buen trabajo, pues la investigación “supone una serie de obstáculos, decepciones, continuos ‘enderezamientos’ momentos tediosos y difíciles que sólo ‘la pasión’ ayuda a superar”.

Y esa pasión, junto con la imaginación de la que habla Einstein y la consideración de la investigación, como un aprendizaje continuo, me parece que son los elementos que puedo intentar dejar en mis estudiantes para que los conocedores/recitadores de libros de metodología, los expertos en manejar software académico y los que se han vuelto especialistas en citación no los vuelvan repetidores de una forma de hacer investigación que poco espacio deja a la creatividad, tan necesaria para generar nuevos conocimientos.

Dra. Artemisa López León

El Colegio de la Frontera Norte