Estudié Ingeniería Química. Sí, desde chiquita me gustaron los “numeritos” y mi curiosidad por saber cómo funcionaban los aparatos en la casa dejó una larga estela de relojes y radios despanzurrados sin esperanza de reparación; actitud diseccionadora que mi madre enfrentó con infinita paciencia, que mi hermana mayor alentó al regalarme un juego de química a mis siete años y que gozó de la complicidad de mi hermana menor, quien años más tarde se doctoraría en inteligencia artificial.
Empero, la condición inusual no aplica a la actitud de mi niñez -sospecho que hay un mar de niñas mexicanas desarmando teléfonos inteligentes en este momento-, sino a la profesión que elegí; así lo revelan las estadísticas del Inegi, en particular la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo que para el primer trimestre de este año reportó que de la Población Económicamente Activa Ocupada (PEAO) en Ingeniería, 87.5 por ciento fueron hombres y 12.5 por ciento fueron mujeres. ¡Caray! eso quiere decir que la mitad de las chicas con las que estudié no se desempeñan en el campo.
Verán, en mi grupo de la universidad el número de mujeres fue inusualmente alto; por azares del destino en mi generación y después del 4to semestre fuimos seis mujeres en un grupo de 25 estudiantes, cuando lo usual era una o dos. Todas nos mantuvimos con las mejores calificaciones, no tanto por ser más inteligentes sino porque sabíamos que teníamos que estudiar el triple para no ser tratadas con condescendencia por profesores y compañeros. Y esta no fue la única muestra de hostigamiento que si bien no llegó al acoso sexual, sí tomaba otras formas veladas tales como ser víctima de rumores por compañeros despechados o comentarios de mal gusto.
Pero como lo que no mata fortalece, el constante cuestionamiento nos preparó para el mundo laboral donde una ingeniera empezaba desde abajo con menor salario y constante descalificación antes de ascender por méritos demostrados sobradamente. No he de negar que entre tanto, una veía con satisfacción que el prejuicio cuesta -y mucho- por ejemplo, cuando el empresario prefirió a Pedro en lugar de Mar -cuando ella fue la mejor estudiante y el taladro más hábil a la redonda- para la certificación de su empresa, la cual le costó el doble de tiempo lograrla.
Y esto me lleva a los estereotipos que continúan excluyendo la contribución femenina en ingeniería cuando ésta ha probado ser valiosa, si no, véase el caso de Ángela Alesio Robles quien se graduó de Ingeniería Civil en 1943 y obtuvo una maestría en Ciencias en Planificación y Habitación en la Universidad de Columbia en 1946. Fue Directora General de Planificación de la Ciudad de México, durante su gestión se concretó la Ley de Desarrollo Urbano y se crearon obras como la Merced y la Torre Latinoamericana; como secretaria de Desarrollo Urbano de Nuevo León participó en la construcción de la Macroplaza, en Monterrey.
Este ilustre ejemplo nos invita a reflexionar sobre la urgencia de romper clichés en torno a educación de las niñas en casa y escuela. Si a tu hija le gusta jugar con legos acércale una mini celda solar y ¡quien sabe! tal vez el día de mañana tu niña podría ser la ingeniera mexicana que desarrolle una innovación revolucionaria en electrónica, automatización, energías renovables o medicina informática.
En tanto llega o no ese día, lo que sí es seguro es que tu apoyo a la elección de vida de tu hija, a pesar de las dificultades que enfrente, le hará feliz.
A mi me ha dado inmensas satisfacciones ser ingeniera y sí, me siguen gustando las matemáticas, ahora las aplico para entender cómo detener la degradación ambiental. Lo que ya no hago es despanzurrar aparatos.
Dra. Gabriela Muñoz Meléndez
El Colegio de la Frontera Norte