En su conferencia del 8 de diciembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador expresó que durante la sesión de trabajo con el Grupo de los 20, le llamaron la atención las palabras “resiliencia” y “holístico”, las cuales eran usadas con mucha frecuencia por los expositores, lo mismo acontecía con la palabra “empatía”. Denominó a estas palabras como “una moda” y producto del lenguaje de los “intelectuales orgánicos”. Infiero por la lectura que, para el mandatario, estas palabras eran nuevas y por lo tanto no sabía el significado. Esto nos acontece a muchos, dada la riqueza del idioma español. Sin embargo, lo que procede en ese caso es correr a consultar un diccionario para conocer el significado de esas palabras e integrarlas a nuestro acervo lingüístico, no descalificarlas. Contrariamente, el Presidente expresó que realizaría un diccionario con el lenguaje neoliberal, y expresó la lejanía de este tipo de palabras con el pueblo. Sirva esta referencia para hacer algunas consideraciones sobre la importancia de enriquecer diariamente nuestro vocabulario, no para ser culto, ilustrado, lo cual también se vale, sino para enriquecer nuestro razonamiento, argumentar mejor nuestras ideas y con ello comunicarnos mejor.
Las palabras, como las ideas y la ciencia, no son buenas o malas, ni tienen filiación política, recuperan las aportaciones sociales y tienen significados que recuperan lo esencial de las interacciones que el ser humano establece en diferentes tiempos y espacios, y con todo lo que lo rodea. Las palabras, también, dan cuenta de sentidos, símbolos y pensamientos, y constituyen el marco comunicativo entre los seres humanos. Así pues, las palabras y su enlazamiento en una argumentación es la parte esencial para relacionarnos, de ahí la importancia de contar con un buen vocabulario. Entre más palabras tengamos mejor podemos comunicarnos y transmitir nuestras ideas. ¿Cómo adquirimos más palabras? Leyendo y escuchando. ¿Cómo conocemos y entendemos su significado? Consultando el diccionario, evaluando el contexto en que se dijo.
La curiosidad innata de los niños cuando preguntan qué significa una palabra, o buscar su significado, no debería agotarse nunca. Conocer/aprender nuevas palabras es compartir un tesoro de generaciones de relaciones humanas. El aprendizaje de nuevo vocabulario no es un privilegio para algunos, es una posibilidad que tenemos todos. Tampoco tienen un dueño, lo comparte la humanidad. Depende de nosotros no solo aprender nuevas palabras, sino integrarlas en nuestras argumentaciones, cuando rechazamos una palabra rechazamos a su significado para denominar a una situación o características específicas. Pensar que una palabra puede ser ininteligible para el común de las personas es menospreciar su capacidad de entendimiento, cuando un buen orador, o escritor, debe ser capaz de construir una argumentación que sea entendible para la mayoría, y si la palabra le parece incomprensible siempre hay sinónimos, pero para eso hay que conocer el significado.
Las palabras no son moda, se han construido en un largo proceso histórico, por el contrario, son dinámicas y polisémicas, dado que pueden adquirir nuevos significados, por eso aunque hablemos español la mayor parte de la población en América Latina, los significados de palabras pueden variar dependiendo del contexto, por ejemplo: en México, “pelón” es una persona sin pelo, en el Ecuador, pelón significa tener mucho pelo. Las palabras también pueden ser creadas para dar cuenta de fenómenos sociales que antes no existían o no se reconocían, con lo que se enriquece el lenguaje, por ejemplo, la palabra feminicidio, que denota el asesinato de una mujer por ser mujer; hizo evidente una realidad que había ocultado un sistema patriarcal, en donde la violencia contra la mujer se reducía a un problema individual en lugar de visualizarlo como una problemática social. Dado este dinamismo resultaría incomprensible seguir empleando el lenguaje utilizado en antaño para denominar fenómenos o prácticas sociales que entonces no existían o no se reconocían.
Finalmente, el lenguaje también puede empobrecerse, sobre todo cuando no usamos las palabras adecuadas a cada circunstancia y terminamos reduciendo nuestra comunicación a unas cuantas palabras, incluso términos, como el de “wey” tan usado por los jóvenes. El término refiere a todo o nada, pero principalmente muestra una pobreza en el lenguaje. A pesar de tener un idioma, con millares de palabras, en nuestro lenguaje diario terminamos usando entre 500 y mil palabras, en el caso de los jóvenes, este se reduce aún más, y no precisamente porque no tengamos vocabulario, sino porque no damos importancia a nuestra comunicación hablada. Si bien el lenguaje hablado es diferente al escrito, no tenemos por qué no usar el amplio vocabulario que hemos adquirido en nuestra vida. Anímese no solo a aprender una palabra al día, sino a incorporarla en su comunicación diaria.
Cirila Quintero Ramírez
El Colegio de la Frontera Norte