En 1873, el activista Anthony Comstok comparó la educación sexual con la pornografía satánica, iniciando una feroz campaña para lograr “la supresión del vicio” y así “salvar a los jóvenes de ellos mismos”.
Casi dos siglos después, la violencia creciente en las relaciones de pareja, basada en la naturalización de muchas conductas de maltrato y en la estereotipada concepción sobre el rol y la importancia de mujeres y niñas, todo ello producto de la nula educación sexual que recibimos tanto en lo teórico como en lo práctico, no ha encontrado freno a pesar de su alta incidencia a nivel nacional e internacional.
Luego de haber estudiado este tema a partir de lo que ocurre física y psicosocialmente con las mujeres violentadas, llegamos a la conclusión de que la principal estrategia consistía en desarrollar cuanto antes una labor pedagógica de prevención, lo cual a su vez implicaba la ejecución de una eficiente, desprejuiciada y oportuna educación sexual, sobre todo en el ámbito escolar y con una perspectiva de género, de la que se carece en sentido general en el país y en Baja California en particular.
Lo que es considerado violencia ya ni es reconocida como tal, en este caso, por los adolescentes. El haberse convertido para ellos en algo invisible debido a su naturalización es doblemente alarmante, ya que la juventud mexicana representa cerca de la quinta parte de la población del país y, por otro lado, esta es una etapa de definiciones que impactará en los años subsiguientes, con lo que se proyectará cada vez más, como ya es percibido, en la vida adulta de las parejas.
Ante este reto hemos diseñado talleres de educación vivencial cuyo objetivo es no sólo ofrecer conocimiento sino también una concientización a los propios maestros, a los que además se les ofrecen herramientas para ser luego trasladadas a los escolares tanto mujeres como hombres en cursos posteriores.
Previamente fue desarrollado un estudio diagnóstico a partir de la creación de un novedoso instrumento que permite, a diferencia de los modelos tradicionales para evaluar la violencia, identificar el empleo de este recurso en las relaciones de pareja tanto a través de las víctimas como a través de quienes la ejercen, enfocado en conocer si existe violencia en las relaciones de pareja, cuáles son las formas predominantes y en qué medida las mujeres, los hombres o las personas con otras identidades de género han asumido el papel de víctimas, victimarios, o ambos roles, en sus relaciones amorosas.
También se registra información sobre el conocimiento que tiene la población acerca de la violencia en la pareja, las causas que originan este fenómeno, la percepción de haber vivido situaciones de violencia ya sea en el rol de víctima o agresor, así como el conocimiento y vivencia de lo que se identifica en la literatura sobre el tema como “ciclo de violencia”.
Por último, a través de lo que ocurre en el llenado del cuestionario, la persona se va dando cuenta de su desconocimiento acerca de distintos elementos que conforman claramente una situación de violencia, sea tolerada y o ejercida, en distintos momentos de su vida y casi siempre de forma habitual.
Debemos tomar en cuenta que en México, las mujeres jóvenes de 15 a 29 años constituyen el grupo etario que más padece violencia por parte de su pareja, convirtiéndose así en el más vulnerable.
A esto se suma que los resultados hallados en la muestra de Tijuana, Baja California, coinciden con estudios anteriores donde se destaca cómo la agresión psicológica (en mujeres y en hombres, pero en este caso más acentuada de las primeras hacia los segundos) es la que se presentó con mayor frecuencia, así como la acción destructiva que este tipo de maltrato puede ejercer, sobre todo si ocurre en una relación de forma continua. Asimismo, se hizo notorio que el hombre fue quien más violencia económica y sexual ejercía hacia su pareja, aunque esto solía coincidir con ser a la misma vez víctima y victimario.
También resaltó de manera preocupante el desconocimiento y la falta de conciencia de la población estudiada acerca de la relación de estas conductas con el maltrato, sea psicológico, físico o de otro tipo.
Debemos partir de que en nuestro hacer preventivo y transformador, el concepto de equidad implica igual conocimiento y atención a lo que acontece en ambos sexos, lo que requiere la inclusión de medidas similares ante la violencia ejercida por cualquiera de las partes. Solamente así se podrá avanzar hacia la verdadera igualdad de derechos y, por ende, a la solución de la violencia de pareja.
Esta educación también reclama que, más allá del discurso, se plantee la necesidad de adoptar nuevas formas de ver y concebir la masculinidad, y se acepte que los hombres pueden ser asimismo vulnerables y por lo tanto requerir ayuda para negociar y resolver sus conflictos de forma no violenta, expresar sus emociones sin temor a la censura, participar activamente en la crianza de los hijos y en el funcionamiento del hogar y buscar el desarrollo de relaciones de cooperación más que de competencia.
Esto implica no sólo que deje de verse la opresión a las mujeres como un acto de tradición, sino también que se reflexione y difunda que la violencia, sin importar de quien provenga, debe ser eliminada, así como fomentar el desarrollo de una cultura y de una educación sexual y de género adecuada e incluyente que promueva lo anterior, sobre todo entre la nueva generación que nos sucede.
Teresa Fernández de Juan
El Colegio de la Frontera Norte