La discapacidad psicosocial no es una enfermedad sino más bien un conjunto de padecimientos y trastornos de naturaleza emocional caracterizados por dos aspectos: son de larga duración y de una baja intensidad; en la fina trama de lo cotidiano es donde hacen su arribo algunos de los trastornos con los que se puede identificar a esta discapacidad, estableciendo paulatinamente una (tras otra) fina trama de complejidad, que como un sedimento se deposita ahí donde radica la perspectiva sobre lo que es el bienestar individual.
De esta manera, la discapacidad psicosocial, revestida en las dificultades propias del día a día y mimetizada con la pesadumbre de la rutina, concurre con la vida cotidiana de la persona, quien a veces la detecta pero que en la más de las ocasiones la descarta por estar habituada a sus efectos. Y si bien el individuo puede percibir esa merma en su bienestar, su atención podrá quedar relegada ante otras situaciones problemáticas más urgentes.
No pasa lo mismo en el entorno social y de relaciones en el que se desenvuelve la persona. En este conjunto de interrelaciones sociales, la reducción de la capacidad, de las habilidades y del funcionamiento de la persona no pasa desapercibido y al contrario se vuelve más evidente conforme pasa el tiempo. En otras palabras: una condición individual que entraña un problema psicosocial, de salud mental, aunque es un evento que se experimenta de forma unipersonal tiene efectos colaterales perceptibles en el conjunto de relaciones entre personas. La vivencia individual de la discapacidad psicosocial (se ha identificado) se manifiesta en la alteración del bienestar autopercibido; en lo colectivo, en la reducción de la competencia y en la elegibilidad sociales.
Por tanto, ante la emergencia de un conjunto de eventos de salud-enfermedad individuales pero que entrañan similitudes y que además comparten un espacio y una temporalidad semejantes es justo la epidemiología como ciencia aplicada de la salud pública la que debe efectuar las primeras indagatorias sobre el qué está pasando. Ahí donde la psicología se enfoca en los procesos internos de índole afectiva, cognitiva y conductual del individuo en lo social, la epidemiología aporta la visión panorámica sobre las condiciones tanto socioculturales como materiales que les modulan.
De esta manera, identificar las relaciones entre la salud y la enfermedad mental así como las condiciones del entorno, tanto físico y social en la que estas aparecen, agregando además la noción de tiempo, permite visualizar el entramado dinámico de las relaciones humanas, y al mismo tiempo, dimensionar y diferenciar los grupos humanos por sus conductas, representaciones e imaginarios, en este caso, sobre la percepción de lo saludable.
Isaac Franco Guevara
Estudiante de la Universidad Veracruzana en movilidad académica en El Colef, Unidad Matamoros.
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