Desde hace días, tristemente Rusia declaró la guerra a Ucrania, lo cual podrá tener dos afectaciones importantes, una para las poblaciones de ambos bandos y la otra son impactos negativos para el ambiente, y prospectivas para la humanidad.
Respecto a este último tema debo mencionar que los conflictos y las guerras históricamente tienen daños ambientales negativos. Por ejemplo, durante la época romana se vertía sal en las tierras que rodeaban Cartago para hacerlas estériles, mientras los turcos devastaron los bosques del Líbano para construir los durmientes del ferrocarril o durante la guerra entre Vietnam y Estados Unidos (1961 a 1971), se rociaron millones de litros de herbicida (agente naranja) que eliminó la vegetación y facilitó detectar al enemigo en el terreno.
En 1990 durante la guerra civil congoleña se acabó con animales silvestres al usarlos como carne. En esta misma década el levantamiento chiita al sur de Irak llevó a las tropas de Saddam Hussein al drenar las marismas mesopotámicas del Medio Oriente, llevando a trasformar esta zona en un desierto. Además alrededor de 300,000 “árabes de las marismas” o “madan” que tuvieron que migrar por la devastación de la zona (ONU, 2008).
En 1991, durante la Guerra del Golfo, Husein ordenó incendiar 700 pozos petrolíferos y se derramaron entre 6 y 8 millones de barriles de petróleos al mar, como forma de defensa de los ataques de la coalición, implicando que 80 mil toneladas de Gases Efecto invernadero (GEI) se liberaran a la atmosfera y que se tuvieran 500 km de costas contaminadas por petróleo.
Posteriormente, durante el conflicto armado en Nepal (1996 y 2006), al ejército que protegía los bosques se le obligó a participar en las operaciones de contrainsurgencia, lo que llevó a una sobre explotación de vida silvestre y los recursos vegetales en la medicina tradicionales como la Yarsagumba (hongo usado en la nefropatía crónica) y Chiraito (planta para aumentar el apetito, disminuir la fiebre, estrés, entre otras enfermedades) fueron arrasadas por los insurgentes y civiles en el Parque Nacional de Khaptad del Área de Conservación de Makalu Barun (ONU,2018)
A lo anterior se suma, actividades irregulares o ilegales como la minería, cultivos de mariguana o amapola, el robo de combustibles de ductos y otras actividades no controladas que impactan negativamente al suelo, agua y aire. Así, a más de seis décadas, los conflictos armados y guerras en el mundo han tenido efectos devastadores en la biodiversidad, sobre todo para la conservación, actividades económicas y sociales que dependen del ambiente. Lo cual llevó que en la Convención de Ginebra de (1977) se prohibiera “el empleo de todo armamento que pueda causar daños serios y a largo plazo al medio natural” (ONU, 2018).
Ante lo referido, en el 2001 la Asamblea General de las Naciones Unidas acordó que el ambiente es la víctima olvidada cuando surgen los conflictos o guerras. Por ello, el 6 de noviembre de cada año, se celebra el Día Internacional para la Prevención de la Explotación del Medio Ambiente en la Guerra y los Conflictos Armados. Posteriormente, en 2016 la referida Asamblea reconoció el papel de los ecosistemas saludables y de los recursos gestionados de forma sostenible en la reducción del riesgo de conflictos armados, para ello se reafirmó compromiso mediante el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Así, la invasión rusa a Ucrania ha preocupado al mundo por una posible liberación de desechos nucleares y químicos en Chernóbil y Donbás. No quiero alarmar a nadie, pero si sucediera la liberación sería una catástrofe ambiental con efectos permanentes e irreversibles para el mundo. Por ello, es indispensable que la comunidad internacional presione para un retiro pacífico lo más pronto posible.
Y tú, querido lector ¿qué podrías hacer por el ambiente para minimizar los daños de las guerras?
Dra. María Eugenia González Ávila
El Colegio de la Frontera Norte