Opinión de Oscar Misael Hernández Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 17 de junio de 2021

Cuando falleció el doctor Jorge Bustamante, fundador de El Colegio de la Frontera Norte, una colega expresó que de él había aprendido la humildad en el quehacer académico. Ello me llevó a pensar en el tema. Después de todo, como Pierre Bourdieu mostró en Homo academicus, las universidades y en particular el profesorado, no se caracterizan precisamente por la humildad. Aunque hay excepciones. La humildad, según el Diccionario de la Lengua Española, es una “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades, y en obrar de acuerdo con este conocimiento”. Etimológicamente la palabra “viene del latín humilitas y esta deriva de la palabra humus, que significa tierra”. Es decir: ser humilde significa reconocer, ante uno y ante otros, que no todo sabemos ni podemos. Incluso, como observó un colega: es reconocer que lo que sabemos proviene de otros, que nos preceden y que nos rodean. Hay que pisar tierra (humus), como se dice.

Desafortunadamente, el Humus academicus o académicos que pisan tierra en el sentido etimológico de humildad no es común. Las “armas del campo universitario” o académico, parafraseando a Bourdieu, las conocí hace unos años, cuando en una reunión otro colega expresó mirándome de frente: “Hay algunos investigadores jóvenes que se creen especialistas en X, pero no es así”. Después se disculpó conmigo. En parte mostró humildad al reconocer su agravio, pero no duró mucho. Tampoco olvido al profesor que, ante la propuesta de otros de una nueva materia, cuestionó el contenido de la misma y escribió un correo kilométrico en el que intentaba darles una cátedra. Los proponentes eran especialistas en el tema, mientras que el otro, bueno, él respondía cuanto correo llegaba.

El Humus academicus, no obstante, se pone a prueba mayormente en su relación con las y los estudiantes, y es un tema preocupante. En 1992, Andoni Garritz, un destacado físico-químico mexicano, al escribir la editorial de una revista cuyo tema fue La virtud de la humildad académica, señaló: “No celebro la prepotencia docente”, pues en su opinión ésta reflejaba dos vicios: por un lado el “alarde de una actitud irracional de vasallaje sobre los alumnos” y por otro, una “vaga idea de la naturaleza del conocimiento científico y técnico”. Garritz se refería a la prepotencia docente como una de tantas expresiones de falta de humildad académica, la cual no es exclusiva de los académicos, pero sí frecuente.

Hace tiempo, en la presentación de proyectos de tesis de estudiantes universitarios, una profesora invitada como comentarista les dijo que eran una vergüenza tanto para ellos como para sus familias, debido a las limitaciones analíticas. Recientemente, un estudiante de doctorado tuvo que solicitar cambio de director porque el anterior le refutaba que no hacía todos los cambios que le pedía en su tesis. El estudiante argumentó por qué no, pero de nada le sirvió. Una estudiante, también de doctorado, fue cuestionada por sus directoras, porque en su tesis utilizaba el estilo de escritura de un reconocido antropólogo. Le dieron a entender que él era el antropólogo y ella, pues estaba en formación.

La prepotencia docente como expresión de la falta de humildad académica es frecuente, pero también grave. En 2013, un estudio realizado en una universidad del noreste de México encontró que: “Los estudiantes perciben agresiones por parte del maestro y más frecuentemente como testigos que como víctimas”. En 2018, un estudio realizado en Bélgica afirmó que la salud mental de los doctorantes tiene mucho que ver con “el tipo de director, el cual puede influir de forma positiva o negativa”. Esto es obvio, pero a veces nebuloso para quienes dirigimos. Algunos especialistas señalan que el problema de fondo son las prácticas pedagógicas tradicionales (relaciones de poder-sumisión, pensar al profesor como la única fuente de saber, etcétera). La advertencia no es menor, pues la frontera entre humildad académica y humillación académica es delgada. La paradoja de dicha frontera es que a veces se humilla disfrazándose de humilde. Una académica, por ejemplo, “convencida” en dirigir la tesis de una estudiante expresó: “Yo solo quiero ayudar”. La práctica mostró lo contrario al no reconocer su desconocimiento del tema.

La ausencia de humildad académica, entonces se traduce en expresiones de soberbia entre pares, entre académicos y estudiantes a través de la prepotencia docente, prácticas pedagógicas tradicionales o de la violencia (no tan) simbólica. Ante esto es necesario transitar del Homo academicus al Humus academicus. No significa, como diría un amigo, que tengamos que hacer despliegues de humildad cada vez que respiramos, pero sí recordarlo. Bourdieu sabía eso, al menos así lo afirmó Loïc Wacquant cuando dijo que: “Él interpretó la teoría no como el soberbio maestro, sino como el humilde servidor de la investigación empírica”. Ojalá sigamos este axioma.

Dr. Óscar Misael Hernández-Hernández

El Colegio de la Frontera Norte