Fundidora de Monterrey ¿recordar o celebrar?

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Opinión de Camilo Conteras Delgado Profesor-Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

martes 8 de marzo de 2016

Por: Camilo Contreras Delgado
Profesor-Investigador de El Colef

El 10 de mayo de 2016 se cumplirán 30 años del cierre de Fundidora de Monterrey. Sin temor a equivocarme se trata de la fábrica que ha marcado más profundamente a esta metrópoli.

Desde 1903, cuando inició operaciones, fue muestra del arrojo empresarial para crear una empresa siderúrgica integrada, única en su tiempo en América Latina. ¿De dónde sacarían 2000 obreros para la primera década? ¿Dónde vivirían, estudiarían, asistirían al culto religioso esos trabajadores y sus familias? Incluso ¿dónde beberían y se recrearían? Es acertado que un grupo de estudiosos denomine a Fundidora de Monterrey como “Fábrica-ciudad” tanto por lo construido en el área productiva como por el equipamiento urbano sin olvidar aquellos espacios del entorno animados por la efervescencia obrera como mercados, restaurantes, cantinas, etc.

Con esta Fábrica-ciudad entendemos los orígenes de las colonias Obrera, Madero, Fabriles, Acero, Fierro y Martínez, Caracol, Nuevo Repueblo, Buenos Aires, Adolfo Prieto Ideal, destacando sobre todo el sentido del barrio obrero.

Las imágenes de los trabajadores de las primeras décadas muestran una vestimenta y sombreros de obreros-campesinos, incluso de niños trabajadores. Fundidora contribuyó con fuerza en nuevas formas de organización del trabajo, en las relaciones laborales y en la formación del proletariado regiomontano.

1986 es el centro cronológico de Fundidora, es el parteaguas de su antes y después. El cierre de la planta impactó en la memoria colectiva en tres aspectos 1) el sellado definitivo de las puertas de la fábrica, 2) el daño directo de los ex-trabajadores y sus familias, 3) las heridas indelebles en la conciencia colectiva y no sólo de la comunidad obrera. Estos tres aspectos son independientes de las varias explicaciones y supuestas justificaciones del cierre de la planta.

A treinta años aún espanta en algunos sectores que se hable del cierre del complejo industrial y sus efectos sociales. Cosa más absurda, Freud nos dice que es más factible que el trauma tienda a desaparecer cuando aquello que lo ha provocado sea elaborado discursivamente. A fuerza de disimular esa herida, el ahora Parque Fundidora se viste de juegos mecánicos, salones de la fama, pistas de hielo, sin advertir que la memoria reaparece en el oxido de los rieles, generadores y chimeneas.

Fundidora hoy es Museo de Sitio. Por fortuna varias naves, chimeneas, estufas, maquinaria, archivos y herramientas han sido conservados y restauradas. Hay muchos aciertos como las fichas técnicas delante de cada aparato exhibido y los rescates ya mencionados. Sin embargo, faltan entre otras cosas dos fundamentales 1) Un espacio para la memoria laboral donde apreciemos la parte humana de los trabajadores, quiénes eran, cómo vivían, hay muchos ejemplos de esto en museos similares y 2) Una narrativa general que permita entender cómo funcionó el sistema en todo ese gran espacio. Sucede que en los jardines apreciamos una máquina, una chimenea y demás objetos sin poder ubicar su función en el proceso de producción. Aparecen más como adornos desanclados que elementos de un museo integrado. Aún están con vida muchos trabajadores que pueden asesorar esas tareas.

Próximo a los 30 años del cierre están surgiendo grupos compuestos por académicos, artistas, ex-trabajadores y algunos funcionarios cuyo propósito es mostrar que Fundidora es más que una herida y más que la banalización de sus restos. Veremos el 9 y 10 de mayo que los más de 110 años de Fábrica-Ciudad y Museo de Sitio son más que un aniversario plañidero.