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Por: Jesús Frausto Ortega
Esta frase parece anunciar la llegada de una catástrofe. Tal vez no sea de todo así, tal y como lo anuncia la acepción más pesimista de esa palabra. Sobre todo porque al hecho a que me refiero en este espacio, es algo hasta cierto punto esperado por la población afectada: la exacerbación por la falta de agua para cubrir las necesidades básicas de la gente que vive en las colonias populares y que no tiene el servicio en sus casas. Y es, precisamente, en la temporada de calor –que en esta ciudad de Nuevo Laredo ronda entre los 40 a 45 grados centígrados, normalmente– cuando esta población más sufre y reclama por la escasez del vital líquido.
Es cuando –se puede decir– esta gente sale del anonimato. Y en gran medida eso se lo debemos a los medios de comunicación. Es cuando muchos de nosotros nos damos cuenta de que ese grupo de población existe o que aún hay personas en las ciudades que carecen de ese servicio. Es cuando vemos en las imágenes los tanques (o tambos) de 200 litros, los rotoplas, las cubetas, o incluso las piletas (cisternas), todos utensilios en donde la gente de estas colonias acapara el agua potable que se les abastece a través de las denominadas pipas.
Los detalles y las condiciones de esos artefactos sólo se observan en –como se diría– el lugar de los hechos. Por ejemplo, hay familias que pueden estar bien armadas –si se permite la expresión– y tienen más de uno de esos recipientes; otras apenas tendrán un tambo para cubrir todas sus necesidades: bañarse, cocinar, lavar ropa, limpieza del hogar y beber. Bueno, esto último, es un decir. Para ello, la gente normalmente compra agua “purificada” (por 20 pesos o más, por un garrafón de 20 o 22 litros) a los repartidores que hasta esas colonias llegan para ofrecer ese producto. No significa que no haya alguna familia que no tome del agua que se le abastece.
Una familia puede, tal vez, destinar un rotoplas –bien tapado y limpio– para almacenar el líquido específicamente para beber. “No hace daño, el cuerpo se acostumbra”, es más o menos lo que en una ocasión me dijo un vecino de una de esas colonias cuando yo le preguntaba si en su familia bebían agua que almacenaba en esos recipientes.
Es sintomático que en la temporada invernal, no se observe ese tipo de escenarios a través de los medios de comunicación. En gran parte obedece a que en el invierno la demanda de agua cae de manera considerable. Y ese hecho ofrece pistas sobre las prácticas de uso y consumo de agua. Tampoco se palpa esa exacerbación por el líquido de la población de esas colonias. Acompañando a repartidores de agua a esas colonias, me llamó la atención que la gente no salía a recibir el agua de la pipa que el repartidor les entregaba a las familias. El chofer aproximaba la pipa a la cerca del predio, el ayudante se bajaba de la pipa y comenzaba a llenar los recipientes colocado por dentro de la valla. Al preguntar por ello a uno de los choferes, me dijo que en tiempo de frío la gente no salía. Agregaba más o menos lo siguiente: “en esta temporada la gente no consume mucha agua, por el frío la gente no se baña y por eso no gasta agua”. Era de llamar la atención, pero las familias no salían e incluso dejaban los portones abiertos para que, dado el caso, el chofer condujera la pipa hasta adentro del predio para que rellenara los recipientes de agua.
No es lo mismo en la temporada de calor. Otro chofer refería al respecto más o menos lo siguiente: “nombre, espere a que llegue el calor, la gente hasta nos corretea para que les surtamos de agua. Pero les decimos que tienen que esperar su turno. Son bravas, sobre todo las mujeres; nombre, hasta nos mientan la madre”.
Profesor-Investigador de El Colegio de la Frontera Norte en Nuevo Laredo[:]