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Por: Melissa Ley Cervantes
Catedrática CONACyT/ El Colegio de la Frontera Norte en Monterrey
Nos encanta decir que los migrantes que transitan por nuestro país en su viaje hacia Estados Unidos están “buscando el sueño americano”. Lo decimos casi sin pensarlo, pero al hacerlo reproducimos un discurso que frivoliza las experiencias de estos migrantes y que nos permite darnos el lujo de pensar que lo que buscan es una camioneta, o una casa en los suburbios, o unos zapatos deportivos. Al hablar de los sueños y no de las realidades, ignoramos que muchos emprendieron el viaje porque no les quedaba de otra, porque tenían hambre, o miedo, o porque necesitaban estar con sus familias. Nuestro país ha sido testigo del tránsito de miles de personas que se dirigen a Estados Unidos, no porque están buscando un “sueño”, sino por razones muy concretas y frecuentemente dolorosas: las guerras civiles en Guatemala y El Salvador, el huracán Mitch en Honduras o los difíciles procesos de reunificación familiar que suelen seguir a los grandes éxodos, sólo por mencionar algunas.
México es y ha sido paso obligado para una proporción importante de los migrantes centroamericanos que quieren llegar a Estados Unidos. Lo que ha cambiado en los últimos años es que las dificultades a las que se enfrentan durante su estancia en nuestro país han aumentado: desde actos de violencia por parte del crimen organizado, pasando por extorsiones y otros abusos por parte de las autoridades, hasta un número creciente de operativos a lo largo de la ruta migratoria que han derivado en un aumento significativo en el número de deportaciones. De hecho, en los últimos dos años México ha realizado más deportaciones hacia los países del Triángulo Norte centroamericano (Guatemala, Honduras y El Salvador) que los propios Estados Unidos. El problema, es que en estos procesos de deportación masiva no hay espacio para la reflexión y para hacer una pregunta básica: ¿por qué salió de su país?
Según la Encuesta sobre Migración en la Frontera Sur de México (http://www.colef.mx/emif/) en 2015 el 31.5 por ciento de los salvadoreños deportados por México salieron de su país por la violencia y la inseguridad, en contraste con el 25 por ciento registrado en 2014. La razón detrás de este aumento es clara, en 2015 El Salvador se convirtió en el país más violento del mundo con una tasa de 116 homicidios por cada 100 mil habitantes (IML, 2016). Para dimensionar los niveles de violencia que se viven actualmente en El Salvador, habrá que recordar que la tasa de homicidios en México durante 2011- posiblemente el año más violento en la historia reciente de nuestro país- fue de 24 homicidios por cada 100 mil habitantes, mientras que ese mismo año en el estado de Nuevo León se registró una tasa de 45 homicidios por cada 100 mil habitantes (INEGI, 2015).
El perfil de los salvadoreños deportados por nuestro país y el de las víctimas de los homicidios que azotaron al El Salvador coinciden: la gran mayoría son hombres de entre 15 y 29 años de edad (48% de las víctimas de homicidios y 66% por ciento de los migrantes deportados comparten esas características). Podemos seguir cayendo en lugares comunes y decir que estos jóvenes “estaban buscando el sueño americano”, pero la verdad es que muchos de ellos estaban huyendo de la realidad salvadoreña y fueron regresados sin más al lugar del que venían huyendo.
Recuerde el miedo y la frustración que vivió en 2011 y multiplíquelo por 2.5. Si le digo que el día de mañana inevitablemente va a volver a pasar por lo mismo ¿le estoy hablando de un sueño o de una pesadilla?
Fuente: Milenio Monterrey[:]