Creado en 1978 por el Grupo Industrial Alfa, el Planetario es uno de los iconos del área metropolitana de Monterrey. Su museo de ciencia y tecnología, el observatorio, la pantalla Imax, entre otros servicios, han sido referencia didáctica y de entretenimiento no sólo para los regiomontanos, sino para el resto del estado y visitantes nacionales y del extranjero. El tema de la reducción de espacios culturales nos remite inevitablemente al desaparecido Museo de Monterrey, también por decisión empresarial.
Los dueños han planteado desmantelarlo y está en consideración su traslado parcial hacia el Parque Fundidora. La idea es construir en esos terrenos unidades habitacionales y plazas comerciales. El grupo industrial tiene el derecho de hacer lo que permita la ley y los reglamentos de uso del suelo sobre su propiedad. Lo que no pueden ignorar es que estarían destruyendo parte del capital cultural del norte de México. La obsolescencia de algunas de las instalaciones no justifica la medida, lo mismo pasa con las fábricas: se renuevan procesos e infraestructura para estar a la altura de la competencia, a menos que la intención de fondo sea su desaparición.
La actitud empresarial en el tema del Planetario es coherente con el modelo paternalista que marcó el desarrollo industrial del AMM durante el siglo XX y que se puede resumir en la siguiente frase: yo como patrón sé lo que es bueno para ti trabajador –y ciudadanía–, te doy y te quito según considere conveniente.
No sería el primero ni el último espacio representativo del AMM reducido a escombros. Los arquitectos Casas, Covarrubias y Peza han documentado en Concreto y efímero, libro publicado por Conarte, aquellos edificios de tipo comercial, industrial, educativo, recreativo y residencial del siglo XX que están dejados a su suerte.
Dicen los que saben que la mejor manera de no conservar nada es querer conservar todo. Efectivamente se trata de conservar aquello que es importante para una colectividad, aquello que, visto en el conjunto de la urbe nos puede hablar de los distintos momentos del desarrollo del AMM.
Tema aparte es la transferencia al Parque Fundidora de esos espacios culturales que la iniciativa privada desecha. Un parque que se supondría más cercano a lo público guardando parte de la memoria empresarial y obrera regiomontana hoy se antoja más como un baldío de esos que tienen a la vista el letrero: “Se recibe escombro”.