Hace poco, mi amigo J. Barcos Leal me platicaba sobre la palabra “jale” como equivalente a cualquier trabajo, incluso punible (“ese jale está bien pesado, patrón”). “Jalar” proviene del español “halar” (“tirar un cabo o una lona” para arrastrar un barco), con origen en el francés haler y, antes, en el germánico halon, siempre con el cariz de atraer algo hacia sí, según el Diccionario Etimológico castellano en línea. En España no usamos la expresión y el verbo “jalar” significa comer con mucha gana, pero la RAE –útil, aunque describa de oídas los paisajes-, recoge otras acepciones.
En algunos lugares, jalar es ir de prisa, mientras que, en México también puede ser simplemente “dirigirse a un lugar”. Nada se dice de los archipopulares “jalar el gatillo” o “JALE USTED” la puerta, como contrarios a empujar. Sí se menciona el sinónimo de “emborracharse”, pero no la acepción pronominal e idéntica a la española de “hacerse una gayola”. El lusismo tiene una íntima brusquedad con el latín caveola o jaula de animales (en catalán, gàbia; en latín cava es “cueva” y cavus, “hueco”) y, de hecho, en Argentina “gayola” es prisión.
Respecto a “jale”, únicamente sería –en Perú- “carisma” o “fichaje”. Sí se recoge “jalada”, mexicanismo equivalente a “tirar con violencia” de algo. Pero no con el uso de mentira exagerada: “¿Tenemos militares golpistas? En buen español habría que responder que es una ‘jalada’ siquiera pensarlo”, escribía hace poco Isabel Arvide.
Dicho esto, lo que flashea a mi conocido son las connotaciones de “jale” a partir del significado –mayoritario en México- de trabajo (“me aventé un jale bien perrón”). Un trabajo que, por el contexto de la frase o por el tipo de tarea, exigiría un impulso y una acción física, quizá contundente, parecida a la voz española “ir al tajo” (por seguir con los paralelismos, “estar tajado” significa estar borracho). Pero aunque “jale” sea trabajo o chamba, “jalar” no es trabajar o chambear –del mismo modo que tajar no es trabajar-, salvo, quizá, en expresiones en gerundio (en año nuevo me dijo un barrendero: “¡Mucha salud y a seguir jalando!”).
Además, un giro peculiar de “jalar” es que sí puede significar un mal trabajo, esto es, “se la jaló” en el sentido de cometió un error (“la fregó”). “Creo que por eso –me planteaba Barcos-, por el hecho evidente de que cualquier tarea relacionada con la ilegalidad tiene mayores posibilidades de salir mal, es que la palabra jale se ha extendido, también en el argot criminal, como sinónimo de trabajo. Capta una acción que, por su naturaleza, requiere un algo de unión, como en la expresión de ¿jalas o no jalas?, es decir, ¿te unes o qué?, necesaria para escrutar las reacciones de las autoridades o de los rivales”.
Creo que su hipótesis es bastante dudosa, pero lo cierto es que, al igual que, en el argot militar, un civil muerto en un bombardeo es un daño colateral –¡los drones como alegorías de eufemismos!- o un paquete un detenido, hablar de jale podría emborronarnos el juicio sobre lo aludido. El eufemismo haría de la profesionalidad un fin en sí mismo, independientemente del mal que causen los profesionales.
Por esa amoralidad, algunos “jales” me suenan más a una voz sí frecuente en España, jaleo o bullicio, en los versos de Lorca: Anda jaleo, jaleo:/ya se acabó el alboroto/y vamos al tiroteo. “El jale fue en buena lid”, dijo en las noticias un soldado, tras una balacera en Matamoros. Incluso en la violencia más claustrofóbica –la que hace musitar un “tengo miedo de que me apañen o me truenen los contras”- nos vale otra acepción, ya puramente andaluza, de jaleo como “ojeo de la caza”. Según tal, los cazadores se colocan en un extremo de un terreno y, en el otro, los ojeadores hacen ruidos armados de palos y vestidos –para no ser ellos el blanco-de colores chillones o con sábanas -como en La regla del juego (Jean Renoir, 1939)- provocando en los animales, al huir hacia los cazadores que les dispararán, un efecto de jaula al aire libre.
Dr. Jesús Pérez Caballero
El Colegio de la Frontera Norte