El género en las comunidades zapatistas

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Opinión de Óscar Misael Hernández-Hernández Profesor-Investigador de El Colegio de la Frontera Norte de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 10 de abril de 2014

El pasado 1 de enero se celebró el vigésimo aniversario del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y aunque no me fue posible estar en dicho evento, que no pasó por alto entre la gente de las comunidades zapatistas de Chiapas, sí tuve la oportunidad de estar una semana antes en uno de los Caracoles y, más específicamente, aprendiendo sobre los significados del gobierno y la resistencia autónoma, así como de la participación de las mujeres en ello.

Con la guía de un joven chontal y una familia de la misma etnia, así como acompañado de quien ellos pensaron era mi kichniám, fui testigo y protagonista de las formas de organización social y familiar en una comunidad zapatista de base, aunque como antropólogo, más me interesaba conocer los matices de género que había en dichas formas de organización, pues el tema ha sido poco abordado, salvo por trabajos de Lynn Stephen y Aída Hernández entre mujeres zapatistas.

Para comprender el tema hay que iniciar con la Ley Revolucionaria de Mujeres, un documento que vino a complementar el pronunciamiento del EZLN como tal. Dicha ley resalta los derechos de las mujeres, entre éstos participar en la lucha revolucionaria, sin importar diferencias biosociales; trabajar y recibir un salario justo; decidir el número de hijos que pueden tener y cuidar; participar en asuntos comunitarios y ocupar cargos; a la salud y alimentación; a la educación; a elegir a su pareja y no ser obligadas a casarse; a no ser víctimas de violencia; tener grados militares en las fuerzas armadas revolucionarias; y gozar de todos los derechos y obligaciones emanados de las leyes revolucionarias.

No obstante, para algunas mujeres de los Consejos Autónomos era necesario hacer una reforma a dicha ley, especialmente en lo concerniente al derecho de las mujeres a expresar sus sentimientos y sensibilidad, a descansar, defenderse y ser respetadas por los varones, tanto sus familiares como sus esposos en todos los sentidos. ¿Cuál es el problema? Para una promotora de educación, “el problema es de todos, porque hay veces que el hombre le da derecho a su esposa, pero hay veces que la misma compañera no quiere, dice no puedo”. El problema para ella no sólo era culpa de los hombres, sino también de las mujeres.

Sin embargo, al menos en algunos Caracoles de Chiapas es visible la participación de las mujeres en diferentes áreas de trabajo, al igual que los hombres, así como en la organización social de asambleas, o bien en la toma de decisiones del gobierno autónomo; al menos así lo presencié. Y en el ámbito familiar, aunque aún hay indicios de la división sexual del trabajo, también es evidente la participación de hombres en actividades domésticas y de crianza de los hijos o hijas, considerándolo una obligación como esposos y padres, como compañerismo solidario; no una ayuda. Sin duda aún tenemos mucho que analizar sobre el tema en la región, pero también mucho que aprender de las familias y comunidades zapatistas en México.

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