El espacio se hace: un día en la playa

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Opinión de Xavier Oliveras González Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 4 de mayo de 2023

*** Las opiniones expresadas son responsabilidad de quien las emite y no reflejan necesariamente una postura institucional de El Colegio de la Frontera Norte. ***

En mis clases de teorías sobre el espacio me he encontrado que una de las ideas más difíciles de entender es que el espacio se hace, y que, por lo tanto, no es algo prexistente dentro o sobre el cual nos movamos y pasen cosas. No es que estemos en el espacio, sino que lo hacemos. Como dice el geógrafo Marcus Doel, haciendo un símil lingüístico, el espacio no es un sustantivo (un objeto), sino un verbo (una acción).

En realidad, esta idea no es que sea difícil de comprender, más bien nos cuesta asimilarla. Y es que tenemos interiorizado que estamos en el espacio y que todo ocurre dentro de él. Esto se refleja incluso en la propia estructura de la lengua: ¿quién no ha preguntado a su interlocutor, al hablar por teléfono, “¿dónde estás?”? Incluso Isaac Newton tuvo que recordar a sus oyentes y lectores que su concepto de espacio abstracto no tenía nada que ver con el que la gente tenía comúnmente.

Para ilustrar cómo se hace el espacio sirve de ejemplo cualquier actividad cotidiana, que nos muestra que se hace y rehace cada día por medio de las acciones de muchos actores, incluidas las personas, pero no solamente.

Imaginemos un fin de semana soleado y caluroso y nos apetece mucho refrescarnos, además de relajarnos después de una semana de trabajo arduo. Decidimos pasar el día en la playa. Al llegar, como a eso de mediodía, ya hay bastante gente: algunos han ocupado las palapas disponibles y otros han extendido sus toallas en la arena, junto a las sombrillas, hieleras y chanclas.

La primero que hacemos, aunque sea de forma inconsciente, es buscar un sitio en el que instalarnos. Para ello deambulamos entremedio de la gente, sin rumbo fijo, desplazándonos por la arena, y siguiendo una trayectoria condicionada por quienes están presentes. Al cabo de un rato encontramos un lugar que satisface nuestros gustos. Hay quien prefiere estar más cerca del mar, para entrar y salir a placer, o para echar un ojo a los hijos, que se la pasan todo el día en el agua; también hay quien prefiere estar más tranquilo, y busca un lugar más alejado de la gente y, sobre todo, del ruido, las pelotas y los asadores. Una vez acomodados, nos damos un chapuzón y regresamos a la toalla. 

Mientras estamos ahí sentados, quizá leyendo, pasa por nuestro lado alguien que apenas acaba de llegar, mirando a izquierda y a derecha, y cargado con todo. Un rato después, pasa apresurado alguien más, casi sin apoyar los pies descalzaos en la arena abrasadora. 

Van pasando las horas y poco a poco sube la marea. Quienes se habían instalado enfrente recogen sus cosas y se mueven a un lugar más elevado; otros, que se creían a salvo, ahora han quedado rodeados por el agua y la única manera de escapar es teniendo que mojarse los pies; e, incluso, uno más, que se ha quedado dormido en la toalla, se despierta sobresaltado al notar que está empapado.

Como ya está oscureciendo, decidimos regresar a casa, satisfechos de haber pasado un día tranquilo y alejados de la rutina. Lenta, pero inexorablemente, las demás personas también se van y, finalmente, la playa queda desierta. 

A partir de esta descripción podemos ver que el espacio es resultado del conjunto de acciones de los distintos objetos materiales (incluidos nuestros cuerpos), que van desplegándose a medida que interaccionan con los demás objetos. Los desplazamientos que seguimos y los sitios que ocupamos, así como la duración de esas acciones, son resultado de la interacción de nuestra corporalidad con los demás cuerpos que están presentes (que también llevan a cabo sus propias acciones). Asimismo, también son fruto de la interacción con la materialidad del terreno y con las fuerzas físicas, como la granulidad y temperatura de la arena, el movimiento del agua, la gravedad ejercida por la Luna, la temperatura ambiental, la presencia del Sol y la nubosidad, entre otros. A todo esto, sumemos la intervención de nuestros deseos, decisiones y emociones, así como los imaginarios que acarreamos, como la idea de pasar un día en la playa para relajarse.

Finalmente, el espacio se rehace. Al día siguiente la gente regresa a la playa, pero las acciones e interacciones no se repiten, porque, parafraseando a Heráclito, ni la gente es la misma ni lo es el terreno.

Dr. Xavier Oliveras González

El Colegio de la Frontera Norte