“El agravio centralista”

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Opinión de Víctor Alejandro Espinoza Valle Profesor-Investigador del Colegio de la Frontera Norte de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 14 de noviembre de 2013

Con preocupación observo que un segmento significativo de la población fronteriza ha respondido de manera extrema a lo que se considera un agravio más por parte del “centro”: la homologación del IVA, que significa un aumento de 5 puntos porcentuales a la tasa actual, subiendo del 11 al 16 por ciento. La percepción generalizada es que a las calamidades existentes, ahora se suma una decisión que habrá de alterar la vida económica y social fronteriza. El escenario se vislumbra catastrófico; las cosas estaban mal y se van a poner peor.
Para comprender el malestar social en la frontera no basta con analizar la coyuntura. En el caso de Baja California hay un sentimiento anticentralista de hondas raíces y que ya forma parte de la cultura política. Precisamente esta percepción de abandono, de incomprensión, de que la mayor parte de las desgracias locales tenían su origen en las decisiones centralistas y egoístas de la clase política “chilanga”, fue el abrevadero para los triunfos electorales panistas en los años ochenta y noventa.
Durante la crisis de los años ochenta, cobró auge una proclama regionalista lamentable y que al parecer tuvo su origen en Aguascalientes. Un conocido periodista fue el impulsor de una campaña que rezaba: “Haga patria, mate a un chilango”. Para el imaginario colectivo, los “chilangos” eran causantes de la crisis, de la fuga de capitales, del desempleo y de un largo etcétera. Esa proclama provinciana tuvo eco sobre todo en los sectores medios y altos de la sociedad. Aquellos con capacidad de compra que de pronto vieron como se deterioraban sus condiciones de vida.
En mucho, el linchamiento que se endereza contra quienes decidieron votar por la homologación del IVA, se finca en esa búsqueda de responsables ante las condiciones adversas que vivimos. De nuevo, es el “centro” y los políticos irresponsables que decidieron dañar la vida económica de la frontera. Lo realmente preocupante es que no sólo se trata de críticas, que aunque carecieran de fundamento, serían parte de la interacción indispensable entre actores políticos y sociedad. Aquí el problema es que se enderezan hasta amenazas físicas para quienes hoy son los villanos favoritos.
Es natural en una democracia que si los ciudadanos consideran que sus representantes tomaron decisiones contrarias a sus intereses, los costos políticos pueden ser el no votar por ellos en futuros comicios o en caso extremo, la revocación de mandato. Pero sucede que en nuestro país esos mecanismos de corrección no existen; ni tenemos reelección, pero tampoco es viable normativamente la revocación de mandato; a ello añadimos la ausencia de rendición de cuentas de nuestros representantes: el coraje por las decisiones se convierte en ira y de ahí a la intolerancia hay sólo hay una delgada línea divisoria.
Trato de explicarme lo que hoy está sucediendo: la radicalización que se percibe, sobre todo en redes sociales, me parece riesgosa para la endeble democracia mexicana. Ante la ausencia de canales para dirimir las diferencias, el anonimato que brindan los medios electrónicos permite las muestras de intolerancia. La disyuntiva entre intolerancia y coexistencia la plantean con claridad Luis Salazar y José Woldenberg en su trabajo “Principios y valores de la democracia”, IFE, Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática, (1993) : “Si bajo un esquema integrista los otros aparecen como los enemigos a vencer o aniquilar y el código de comportamiento beligerante aparece como el más propio y ajustado a los fines de esa política, el código democrático obliga a la tolerancia, a la coexistencia, al trato cívico, a intentar apreciar y evaluar en los otros lo que puede ser pertinente y valioso para todos”.
No todos podemos estar de acuerdo ante determinadas políticas; defendamos nuestro derecho a expresar las diferencias con un mínimo de respeto a quien no piensa como nosotros. Aboguemos por la pluralidad política e ideológica; intentemos el diálogo y luchemos por defender nuestros principios, exigiendo que quienes no estén de acuerdo también lo expresen responsablemente. Esa práctica construye democracia: el fanatismo, la intolerancia, el linchamiento son producto de quienes piensan que ellos son los poseedores de las verdades absolutas. Democracia o autoritarismo oscurantista: ese es el dilema.

Para consultar el artículo anterior ingrese en el siguiente enlace: ¿Otra historia?