Una de las premisas del budismo zen enfatiza la no permanencia de la vida, orientando a sus adeptos a reconocer, asumir y nutrir esta condición con la práctica consciente de vivir en el presente. En realidad, la noción de la no permanencia interroga a los discursos societales, cuya complejidad económica, social e institucional tiene entre sus metas mayores la construcción del ethos de estabilidad, continuidad y protección, con notorias diferencias según clase y otros factores socioeconómicos. Las crisis -sanitarias, económicas, ambientales y culturales- suelen fungir como despertadores del sueño de la permanencia, sacudiendo no sólo elementos estructurales de la ilusión de la constancia sino también la integridad del propio sentido de sí. Las crisis subvierten la lógica de la seguridad, tanto colectiva como individualmente, dejando a las personas a nadar en la incertidumbre o permitiéndoles construir modos de creencia que ofrezcan el sentido de certeza y esperanza.
El contexto histórico contemporáneo de los Estados Unidos se conflictúa entre múltiples e interseccionadas crisis, nunca experimentadas antes de manera conjunta y de mutua potencialización. Confluyen las crisis de hegemonía mundial; la sanitaria y los desastrosos resultados del mal manejo de la pandemia posmoderna; la crisis del modelo económico neoliberal, su creciente polarización socioeconómico y los impactos inmediatos del Covid-19 en la economía nacional; la del racismo y los resabios de una historia colonial-esclavista de aniquilación indígena y de expropiación corporal y deshumanización afroamericanas; las tensiones de la reconfiguración demográfica-cultural; y, finalmente, los efectos locales de la crisis ambiental global. Tan profundas son las implicaciones de esta mancuerna crítica, que hay teóricos que formulan la hipótesis de una crisis civilizatoria; o sea, el ocaso del modelo mismo de desarrollo industrial de la modernidad (Grosfoguel:1916). Dicho ambiente -crecientemente caótico- potencializa sentimientos de vulnerabilidad, resentimiento, pérdida y miedo. Asimismo, informa la conformación de sujetos colectivos tomando las calles en defensa de posicionamientos y políticas, que ofrezcan mayor estima, seguridad y privilegios. Raza, etnicidad, género y religión informan la sociología de las emociones, así como a sus imaginarios y actores correspondientes.
El ataque al Capitolio, el 6 de enero de 2021, visibilizó para todo el mundo una furiosa, violenta y sublevada masa blanca, en su mayoría masculina, de pertinencia, organización e identificación diversa; orando de repente e invocando a mitologías cristianas fundamentalistas predeterminadas; robustecida por bandas armadas y dispuestas a la obstrucción -o destrucción- institucional del Estado nacional y la democracia liberal. Instigadas por el entonces presidente de la República, quien desde hacía meses cultivaba la gran mentira de su triunfo electoral, miles de personas enardecidas se congregaron en Washington D.C. el 6 de enero de 2021, el mismo día del procedimiento senatorial de reconocer la victoria electoral de Joseph Biden. Preparados para “detener el robo” y cumplir las instrucciones presidenciales de “pelear más duro”, entraron al Capitolio para impedir la transferencia institucional y pacífica del poder.
Una masa de individuos, pero también de agrupaciones de ultraderecha, categorizadas por el Southern Poverty Law Center (https://www.splcenter.org) como “grupos antigubernamentales”, por un lado, y “grupos de odio”, por el otro. Ambas categorías abrazan a grupos paramilitares que poseen y se entrenan con armas de alto poder. Recientemente (27/01/21), estas cofradías paramilitares fueron reconocidos por el Departamento de Seguridad Interior (www.dhs.gov/advisories) como “extremistas nacionales violentos”, señaladas como la mayor amenaza actual a la seguridad nacional. La falta de legislación concreta que defina el terrorismo interno ha impedido su persecución más vigorosa, permitiéndoles organizar, divulgar sus discursos conspirativos de odio y manifestarse con armas al aparente amparo de la segunda enmienda constitucional en garantía del derecho a poseer armas. Empero, en casos de crímenes cometidos se puede aplicar la etiqueta de terrorismo interno, eliminando así la noción del amparo libertario.
Históricamente, los momentos nacionales de transformación e incertidumbre han nutrido los vuelcos a la derecha. Fue así que, como producto del trauma de guerra y desencantamiento con los fracasos nacionales en la guerra de Vietnam y las consiguientes ocupaciones estadounidenses después del 9/11, y aunado a la inminencia de los cambios demográficos, se ha vigorizado el movimiento de poder blanco en Estados Unidos (Belew; 2018). La narrativa de la preservación hegemónica de la cultura cristiana europea ha permeado a todas las organizaciones de ultraderecha, no sólo a los grupos de odio sino también a las organizaciones antigubernamentales. La actual propagación de las expresiones ultraderechistas más radicales -y violentas- se ampara en mitologías cristianas fundamentalistas de origen y final, fusionadas con la histórica cultura estadounidense de la posesión civil de armas. Garantizar el derecho de armarse fue confirmado por una mayoría conservadora de la Suprema Corte, en 2008 (Distrito Federal v. Heller), con su reinterpretación del Artículo 2o constitucional para abarcar a los individuos, implícitamente guiñando el ojo a la posibilidad civil de amasar armamento anteriormente de uso exclusivo del ejército.
Respaldando las posiciones antigubernamentales de las múltiples milicias locales paramilitares masculinas –presentes en la mayoría de los estados de la República-, existen agrupamientos nacionales antigubernamentales no exclusivamente de varones, como los Oath Keepers (Defensores del Juramento; 2009), que además de centrar sus esfuerzos de reclutamiento en militares, policías y otras instancias de orden público en activo y jubilados, se adscriben a una interpretación subjetiva, relativizada y conspirativa de la aplicación jurídica, traduciéndose en una praxis ultraderechista de selectivo acatamiento a las leyes que afirman defender. Por su lado, los Proud Boys (Muchachos Orgullosos; 2016) son de formación más reciente, fortaleciéndose a la sombra misógina de la administración Trump. Conocidos por sus prácticas violentas, su antisemitismo, racismo y firme creencia en la supremacía blanca, representan un esfuerzo por mantener sus privilegios históricos, enalteciendo una representación de la masculinidad heterosexual blanca que premia la confrontación, intimidación y la dominación, siguiendo a Trump, su referente político. Q’Anaon -la conspirativa red social cibernética que participó en la toma del Capitolio- viste rasgos distintos, cortando y pegando facetas de diversos discursos para zurcir visiones alternas de la realidad social, la comunidad y el futuro. Las referencias antisemitas en sus teorías conspirativas son veladas pero históricas. Algunas remiten a la creencia romana de beber la sangre de bebés (en el caso histórico, de cristianos) para fortalecerse (los judíos). Su consigna la tormenta, refiere a un evento -como la invasión del Capitolio- que supuestamente terminará a su favor y resolverá a todos los problemas, literalmente restituye la misma consigna nazi, ejemplificado por las tropas de tormenta de Hitler. Una nueva teoría conspirativa evoca los rayos extraterrestres judíos que supuestamente causaron los incendios en California, con el objetivo de acaparar la tierra y así avanzar el control sobre la economía.
Así que, en medio del contexto histórico estadounidense, de múltiples, yuxtapuestas y mutuamente potencializadas crisis, la voluntad de otros a culpar y su deseo de mantener el orden social tradicional de privilegios y poder, resurgen como una narrativa de continuidad, seguridad y permanencia para un sector de la población que se ha sentido desplazado. Sumándose a otros grupos de odio y antigubernamentales, los grupos mencionados constituyen el brazo armado civil personalizado del trumpismo. Crecientemente sus huestes conforman un gran porcentaje de la base del Partido Republicano y su influencia es innegable a nivel local, estatal y nacional. Su posicionamiento autoritario ultraderechista y las creencias conspirativas, potencializadas por las nuevas tecnologías, informan a un partido político que en la actualidad ha abandonado su apuesta por la democracia liberal.
La amenaza antidemocrática simbolizada por la toma del Capitolio no fue un evento de un día, sigue vigente. Un porcentaje significativo de la población considera que la elección presidencial fue ilegítima, otro tanto -también importante- se dispone a emplear las armas para imponer sus minoritarias narrativas ideológicas originalistas. Por lo mismo, la disputa política en los Estados Unidos en los próximos años, y quizá en décadas venideras, no será de matices sino de la propia esencia del modelo político. Es decir, en estos tiempos inciertos, turbulentos y peligrosos, las estrategias y tácticas empleadas por los campos a favor de la democracia liberal o del autoritarismo fascistoide restringirán o ampliarán el ejercicio ciudadano y, finalmente, serán las ciudadanas y ciudadanos quienes decidan el camino.
Dra. Elizabeth Maier
El Colegio de la Frontera Norte