Transiciones: Dos vías

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Opinión de Víctor Alejandro Espinoza Valle Investigador del Departamento de Estudios de Administración Pública de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 25 de agosto de 2016

Cuando se habla de transición a la democracia en México normalmente se analiza a partir de dos perspectivas encontradas. Una, muy socorrida por los federalistas radicales, afirma que la ruta que se siguió puede calificarse como una “vía centrípeta” a la democracia, es decir, los cambios iniciarían en el ámbito municipal, luego pasarían a las gubernaturas o a nivel estatal y posteriormente tendría lugar la alternancia federal como aconteció en el año 2000.

Básicamente lo que se toma en cuenta son los cambios en el terreno procedimental –leyes y normas electorales- que harían posible la alternancia en el poder ejecutivo Si recuperamos la historia reciente, básicamente se trataría de los movimientos encabezados por el Partido Acción Nacional en el norte del país, Chihuahua, Baja California, y en el centro –de manera destacada Guanajuato-, así como los triunfos electorales del PRD en la Ciudad de México. Los movimientos de resistencia civil y en pro de la democratización culminaron en alternancias electorales, en cambios en el partido gobernante.

Para los defensores de la tesis de la “vía centrípeta” a la democracia, los aportes locales fueron los que realmente transformaron al país y llevaron a la alternancia presidencial de la mano de Vicente Fox Quesada. Es en el plano local donde tuvieron lugar los principales cambios que luego se reprodujeron en el plano nacional. Podría calificarse también como una vía federalista a la democracia. Esta ruta ha sido analizada desde el caso Tamaulipas en la reciente tesis de Maestría en Desarrollo Regional presentada por Arturo Camacho Balderas en El Colegio de la Frontera Norte y titulada: “Política subnacional mexicana: persistencia autoritaria y ambigüedad institucional en Tamaulipas”.

La otra visión podría denominarse la “vía centrípeta” a la democratización. En virtud del centralismo imperante, los cambios serían del centro a la periferia. Aquí por cierto en el centro incluso pudiéramos incluir lo que ha ocurrido en la Ciudad de México, que luego se ha extendido a otras entidades y que se distingue por una normatividad de avanzada en diversos renglones de la vida social y cultural. Incluso se ejemplifica la tendencia centro-periferia con la tesis de que el federalismo mexicano fue impulsado desde el centro; que había entidades que surgieron a partir de políticas de poblamiento impulsadas por el gobierno federal. Sería el caso típico de Baja California. Y en los años recientes cuando se discutieron las propuestas de un nuevo federalismo, se insistió que era una propuesta que de nuevo impulsaba el gobierno federal.

Ambas interpretaciones aportan a la comprensión del cambio político mexicano. Difícilmente podemos explicar la transición política sin atender a la doble dinámica, sobre todo en lo referente a los cambios que trajeron las sucesivas reformas electorales. Pero la democracia no sólo comprende el ámbito electoral. Lo cierto es que el régimen político mexicano es uno y las entidades no pueden ser vistas como ínsulas de una democracia ideal. Todavía más, son más los ejemplos de retrocesos autoritarios en las entidades que de casos de éxito o de democratización en las diferentes esferas que incluye el concepto (Estado de Derecho, rendición de cuentas, corresponsabilidad de las autoridades con los ciudadanos, garantía de derechos políticos, civiles y sociales). El régimen presidencialista se reproduce a lo largo y ancho de la geografía nacional; el cambio por ello debe ser nacional. Una democracia de calidad exige ya un cambio de régimen político; eso debería estar en la agenda de discusión de 2018.

Dr. Víctor Alejandro Espinoza Valle
Investigador del Departamento de Estudios de Administración Pública de El Colegio de la Frontera Norte