Disputas territoriales de cada día

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Opinión de Xavier Oliveras González Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

miércoles 24 de abril de 2019

Durante los años de la Guerra Fría estuvo muy de moda la geopolítica; además de tratarse de un tema que despertaba pasiones, el escenario mundial se regía por los conflictos territoriales que emergían y evolucionaban por doquier. La guerra de Vietnam, la Crisis de los misiles, la guerra de Corea, la proliferación nuclear, las dictaduras militares de Argentina, Chile, Brasil y otros países latinoamericanos, la invasión de la isla de Grenada, la guerra de las Malvinas, la independencia de los países de África, la guerra de Afganistán y tantos otros.

Con la caída del muro de Berlín y del bloque soviético el entusiasmo por la geopolítica, irónicamente, se enfrió. De hecho, en Occidente se celebraba el Fin de la Historia y de la Geografía y se creía que habían terminado por siempre las disputas. Como rápidamente se demostró, nada más lejos de la realidad. Asumo que a todos se nos vienen a la cabeza decenas de ejemplos, empezando en México por el alzamiento zapatista y las guerras contra el narco y las narcoguerras.

En esta tesitura, en los últimos años ha habido un resurgimiento en el interés por la geopolítica. En Internet hay decenas de sitios especializados, de los que recomiendo esglobal.org, portal de “Política, economía e ideas sobre el mundo en español”, y en inglés geopoliticalfutures.com.

Lo que no encontrarán en esos sitios y en otras publicaciones similares son las disputas territoriales que, aunque de menor intensidad, nos afectan de forma cotidiana. De hecho, siguen lógicas similares, sólo que a una escala más pequeña. Permítanme poner un ejemplo que, por mundano, es bien ilustrativo.

Tener carro y no contar con cochera es sinónimo de potenciales conflictos. Eso es lo que nos ocurre a los vecinos de una propiedad con cuatro departamentos, que sólo disponemos con la parte de enfrente de la calle. Bien estacionados caben precisamente cuatro carros; como dice la rentera, uno por departamento. Pero la realidad es mucho más compleja que la media matemática: hay departamentos con dos y hasta tres autos, y los hay que en lugar (o además de) tener un carrito tienen una camionetota, a la vez que prácticamente nadie se parquea pensando en los demás. Yendo bien, sólo se estaciona la mitad de los vecinos.

Cada uno cree tener derecho a estacionarse en frente de la casa, aunque la calle no sea suya (no olvidemos que se trata de un espacio público, un bien común), a la vez que cree que los demás no tienen ese mismo derecho. Hay argumentos de todo tipo y para todos los gustos: que llegué primero, o que llevo más años viviendo aquí que todos ustedes, o que soy un adulto mayor y no puedo caminar, o que tengo niños pequeños (y los tengo que llevar de pronto al médico, o que se enferman si hace frío), etc., etc.

Así que cada quien, en función de los planes que tenga para ese día, pone en práctica sus estrategias para hacerse con el control del territorio: ocupar dos lugares para reservar uno para cuando llegue el otro carro familiar, o el de un pariente, amigo o señora de la limpieza; o estar al acecho de cuando se va uno de los vecinos para ocupar el lugar que deja.

En ocasiones esta tensión estalla y los vecinos de al menos dos departamentos se enfrentan entre ellos. De momento no se ha pasado de las discusiones, insultos y amenazas, y no ha llegado la sangre al río (en este caso matamorense sería al escuálido arroyo del Tigre).

Y, de la noche a la mañana, un día llega la paz: uno de los departamentos se vacía y se llevan su carro y sus dos trocas. Ese día todos los vecinos de los demás departamentos pudimos estacionar enfrente de la casa, y hasta hubo ratos que había lugares libres. ¡Ver para creer! Sin embargo, como todo en geopolítica, sólo se trató de una pequeña tregua: ayer llegaron unos nuevos vecinos y, junto con ellos, dos autos. Esta pasada noche mi carro durmió en la cuadra de al lado.

Xavier Oliveras González

El Colegio de la Frontera Norte