De un comentario de Twitter:
@Miss_Pizza_Gen:
¿Por qué algunos hombres creen que tirándole besos o gritándole a mujeres desconocidas éstas les van a hacer caso?
@AlcarazSheila:
Es una forma de ejercer poder en el espacio público, de decirnos que no pertenecemos ahí. Además, una manera simbólica de querer relegarnos al espacio privado, donde creen que si pertenecemos.
El anterior comentario de Twitter ilustra el acoso, pero también lo que describo como disciplinas socio-espaciales de género. Se trata de técnicas simples que rigen socio-espacialmente a la mujer de forma cotidiana, y para ilustrarlo voy a referirme a tres ejemplos actuales.
Antes que nada, me gustaría comenzar por delimitar, cuando menos y grosso modo, lo que entiendo por disciplinas socio-espaciales de género. Primero, estas disciplinas operan enderezando conductas, y para que esto suceda se valen de diversas técnicas e instrumentos que facilitan su imposición. En segundo lugar, estas disciplinas se valen del espacio, en tanto que no sólo es un producto social sino parte indisoluble de las relaciones sociales y sus prácticas. Esto quiere decir que el espacio no es neutral y que, por esa razón, el género se puede imponer y disciplinar a quienes lo habitan, como ocurre con los roles de género que dividen y moldean a hombres y mujeres.
Pero ¿cómo es que se puede disciplinar socio-espacialmente a la mujer? Para ello debe tenerse en cuenta que el patriarcado predomina en las relaciones sociales, organizando jerárquicamente la masculinidad frente a la feminidad, representado en hombres y mujeres. La expansión del patriarcado moderno, aunado al capitalismo, intensificó la separación entre la esfera pública y la privada. Además, en la medida que el patriarcado se extendió, afianzó el binarismo de manera espacial; en otras palabras, también organizó el espacio. Así, el poder político pasó a ser parte del espacio público y con acceso exclusivo a hombres, mientras que, en cambio, convirtió el espacio doméstico y a las mujeres en privado.
La disciplina socio-espacial de género también se expresa de forma simbólica y material en los asentamientos urbanos. El sociólogo Henri Lefebvre decía que en las ciudades existen símbolos en torno al sexo, la edad y el deseo, como son los antiguos monumentos y edificios que aluden al falo y más recientemente las torres y rascacielos. En todo caso, es un discurso fruto del patriarcado que representa las virtudes y valores de la masculinidad entre el capital y el poder. A partir de ello podemos decir que, tal y como lo entiende la arquitecta inglesa Jane Darke: “Nuestras ciudades son el patriarcado escrito en piedra, ladrillo, vidrio y hormigón”.
Una vez reconocida la influencia del patriarcado en la construcción de ciudades, podemos entender cuáles son esas disciplinas que experimentan las mujeres en la actualidad. Me sirven de ejemplo la movilidad, los tiempos y la inseguridad, como muestro a continuación.
En primer lugar, la movilidad de las mujeres no sólo puede ser vista en términos de desplazamientos, pues gran parte de sus movimientos lo hacen en las compras, llevando a los hijos (as) a la escuela y efectuando otras actividades de carácter doméstico y de cuidado. Además, el uso del transporte público es otra arista importante, porque las mujeres lo relacionan con un lugar de riesgo por la aglomeración, limitando sus desplazamientos. Como muestra la Encuesta Nacional de Seguridad Pública (ENVIPE) 2019, la percepción de inseguridad en los espacios públicos es mayor en mujeres, con un 77.2 por ciento, que en hombres, con un 67.8 por ciento, y en el caso del transporte público se perfila en un 75 por ciento en mujeres y 67.4 por ciento en hombres.
En segundo lugar, las mujeres disponen de menos tiempo libre por las limitaciones que implica compaginar las actividades del hogar con el trabajo productivo. Algunas mujeres inclusive realizan jornadas dobles y triples. Según la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT) 2019, el trabajo que prevalece entre las mujeres es de tipo no remunerado en los hogares, con un 67 por ciento, muy por encima de los hombres, con 28 por ciento. Asimismo, en promedio las mujeres trabajan 6.2 horas más que los hombres.
Por último, en cuanto a la inseguridad, el 42.7 por ciento de los delitos ocurre en la calle donde las mujeres sufren el 91.8 por ciento del hostigamiento sexual y el 82.5 por ciento del delito de violación. Los datos de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de Seguridad Pública (ENVIPE) 2019 también muestran que las mujeres se sienten inseguras en cualquier espacio público. En consecuencia, la movilidad queda limitada por la percepción a ser violentadas, afectando sus tiempos y horarios, ya que se ven obligadas a cambiar sus rutinas y su vestimenta, entre otros aspectos, para tratar de no ser víctimas de algún delito sexual.
Los anteriores ejemplos forman parte del género, de la disciplina y la posición que las mujeres tenemos al habitar el espacio urbano. Para conocer los miedos sólo es cuestión de observar a nuestro alrededor y las actividades que realizamos. Al observarlas también podemos darnos cuenta de la diversidad de estrategias que manejamos a la hora de desplazarnos por la ciudad, el barrio u otros lugares de nuestro interés, pues ante todo el espacio es un lugar de lucha constante. Por ello, hay que evocar nuestro derecho a la ciudad, para la (re) construcción de ciudades más justas e inclusivas para todas las mujeres.
Las calles también nos pertenecen y desobedecer las disciplinas socio-espaciales es una manera de darle frente a la hostilidad y a esas reglas que excluyen y tratan de controlar el habitar de las mujeres. Pues no hay mayor acción en el espacio que la apropiación y el interés por habitarlo en un sentido libre y creativo en conexión con nuestras necesidades colectivas.
María Elena Hernández Burciaga
Estudiante de la Maestría en Acción Pública y Desarrollo Social