Detener la hemorragia es posible (parte II/II)

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Opinión de José Andrés Sumano Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 6 de febrero de 2020

En la primera entrega de este análisis señalé que el principal problema que enfrenta México es la violencia urbana en su manifestación de jóvenes matando jóvenes en el espacio público. En ese sentido, abordé el libro que estimo el más relevante de 2019 en la materia: Bleeding Out de Thomas Abt. En esta segunda entrega deseo abordar la idea más poderosa de los últimos 30 años respecto a control del crimen y la violencia,  plasmada originalmente por Cesare Beccaria en su texto De los delitos y las penas y retomada brillantemente por Mark Kleinman en su libro When Brute Force Fails: How to have less crime and less punishment.  La idea es simple: para reducir la violencia se requiere celeridad y certidumbre en el proceso de justicia y sus correspondientes penas, mientras que la severidad del castigo no sólo es irrelevante sino contraproducente.  Por supuesto, la premisa es contraria al populismo penal que hoy en día domina la narrativa en México y su premisa básica de que son muy pocos los que enfrentan la justicia por sus crímenes y se debe imponer un castigo ejemplar para disuadir al resto.

Ilustración: Víctor Solís

La idea tiene dos puntos de partida. Primero, la naturaleza de las personas es presentista, por lo tanto, en contextos de alta incertidumbre, como los que viven la mayoría de las víctimas y victimarios de la violencia urbana, las personas tenderán a tomar todo lo que puedan mientras puedan. Aún más, las personas que cometen actos delictivos y violentos suelen tener menor capacidad de autocontrol y aversión al riesgo, por lo que lo anterior se exacerba.  Por ello, un beneficio en el corto plazo frente a un castigo incierto en el largo resulta atractivo para muchos de estos jóvenes. 

Segundo, aumentar la severidad de las penas es contraproducente en el sentido de que implica un proceso burocrático mayor, juicios a más largo plazo y un mayor esfuerzo por parte de la defensa.  Por lo tanto, las probabilidades de castigo disminuyen y se aplazan en el tiempo.  Aunado a lo anterior, entre más personas estén en la cárcel y más largas sean sus sentencias, el efecto disuasorio de la cárcel disminuye. Sobre este tema, Kleinman señala que la cárcel siempre es un costo para el Estado y la sociedad, por lo tanto, dicho costo debe ser menor al beneficio obtenido en reducción de violencia y delincuencia.  El castigo debe servir para reducir la violencia y la delincuencia, no como una forma de venganza. 

Las capacidades del Estado para investigar, procesar y castigar delitos son limitadas.  Utilizar el aparato estatal para tratar de perseguir todos los delitos (cero tolerancia) termina con cárceles llenas de delincuentes menores, para los cuales otro tipo de tratamiento sería más eficaz y disminuye las probabilidades de detener y castigar a los delincuentes que concentran la mayor cantidad del crimen y violencia. Los policías, ministerios públicos y criminales saben esto y actúan en consecuencia, generando un equilibro de alta criminalidad y violencia que se autoalimenta según Kleinman.  Desde esa perspectiva, el autor retoma la premisa de que la mejor amenaza es aquella que nunca tiene que ejecutarse.  Por ello sugiere que la salida a la espiral de violencia y criminalidad urbana es pasar del equilibrio de alta criminalidad y violencia a un equilibro de baja criminalidad y violencia a través de la concentración dinámica de las capacidades del Estado. 

La propuesta de Kleinman es concentrar las capacidades del Estado en las personas y territorios que presentan mayor violencia y delincuencia, con su respectivo aviso de que habrá cero tolerancia para esas personas en esos territorios.  De esa manera, la amenaza de castigo se vuelve creíble. El aviso hace explícito el enfoque de la autoridad en esos territorios y personas, disuadiendo una buena parte de la actividad delictiva y violenta. La certidumbre que brinda la respuesta rápida del Estado a las primeras violaciones termina por disuadir las conductas violentas y delictivas. Según Kleinman, una vez que se revierte la tendencia de alta criminalidad y violencia en un territorio, se requieren menos capacidades del Estado para mantener dicho equilibro, lo que le permite concentrar sus capacidades en otras personas en otro territorio. Por supuesto, habrá algo de desplazamiento de la actividad criminal y delictiva pero será sólo una pequeña parte que ira poco a poco desapareciendo conforme la autoridad avanza a nuevas personas y territorios. 

La apuesta del citado autor es que, al aumentar las capacidades de castigo del Estado, la violencia y criminalidad tienda a la reducción, sin tener que efectivamente utilizar dichas capacidades. En otras palabras, se logra tener menos crimen con menos castigo, pues la concentración dinámica hace que poco castigo tenga un alto impacto.  Kleinman basa sus hipótesis en rigurosas simulaciones y teoría de juegos, y también retoma experiencias como la del programa HOPE en Hawái. En la vida diaria utilizamos los principios detrás de las hipótesis de Kleinman en la crianza de los hijos o en el entrenamiento de mascotas, pero éstos han sido olvidados en las estrategias de reducción de la violencia y la delincuencia.

La propuesta de Kleinman invita a repensar las estrategias de policía y justicia, a buscar formas de castigo alternativas a la prisión y a evitar que el remedio termine generando más daño que la enfermedad. El estatus actual nos ha dejado un espiral de alta violencia y mucho sufrimiento en México.  Sin embargo, una apuesta por la certeza y celeridad pudiera darle la vuelta a la situación y regresarnos a un equilibro de baja violencia y poco castigo.