“Más vale que no te mueras ahora porque nadie vendrá a tu velorio”, mi hermana fue tajante con mi padre al tratar de hacerle entender que deberíamos procurar estar sanos, tanto física como mentalmente, pues por las restricciones que las autoridades han puesto para evitar que se propaguen los contagios por Covid-19 en los velorios, el rito funerario tendría que ser muy sobrio: Sin velación, sin funeral, sin abrazos ni besos, sin poder llorar juntos y a más de un metro de distancia de familiares y amigos.
En mi familia, como en muchas familias mexicanas, los velorios concurridos son una tradición. No importa si quien muere vive en otra parte del país, la familia viaja en caravanas al lugar donde se realizará el sepelio, pues es ahí donde los parientes se encuentran, platican y se ponen al corriente de lo acontecido en sus vidas, se podría decir que es una especie compartir penas y alegrías al mismo tiempo.
Creo que de todos, quién tenía una afición particular por asistir a los velorios era mi abuela, no faltaban a ninguno. Nada más se enteraba que algún pariente moría, comenzaba a prepararse para ir a la funeraria donde se quedaba día y noche, pues decía que a los muertos había que acompañarles hasta el final. Así para muchas personas, velar a un muerto implica acompañar a los deudos, platicar anécdotas, tomar café, comer e incluso echase un “coyotito” en la funeraria.
En tiempos de pandemia nada de esto es posible. En un país como México, donde el honrar a los muertos es parte de nuestra cultura, las restricciones a los ritos funerarios han cambiado de golpe la forma de llevarlos a cabo: los usos y costumbres de los mexicanos son velar a nuestros difuntos en reunión con nuestros familiares y amigos, por tanto, cuesta aceptar la idea de un funeral sin cuerpo presente; si se profesa la religión católica, sin las misas o rosarios póstumos. Y en algunos otros casos sin que se lleve serenata con mariachis, banda o algún fara fara para despedir al difunto con la música que le gustaba.
Además del dolor que significa perder a un ser querido, nos queda el dolor de no poder acompañarle en los últimos momentos. Las autoridades pusieron restricciones en cuanto al número de personas y tiempo de los servicios funerarios. No importa la causa de la muerte, en este tiempo de pandemia en los velorios no pueden estar más de 20 personas por sala. Si la persona muere por Covid o sospecha de, el cuerpo es cremado y a los familiares solo se les entrega la urna con las cenizas, tienen un par de horas para la ceremonia. En otros casos, como por ejemplo el de las personas que padecían alguna enfermedad crónica, alguien que sufrió un infarto fulminante o quienes tuvieron un accidente mortal; aunque estas personas pueden ser veladas más tiempo, las medidas de distanciamiento social recomendadas imposibilitan hacer ceremonias aglomeradas.
Los velorios representan un reconocimiento y apoyo social para las familias, no poder despedir a un ser querido puede complicar el duelo. Aunque es difícil olvidar la última imagen del cuerpo de un difunto amado, los ritos funerarios en donde está el cuerpo presente, son una forma de empezar a aceptar lo evidente: esa persona ha dejado de existir en este mundo terrenal. Es parte del duelo necesario.
Gracias a la tecnología se ha buscado la forma de hacernos presentes en las despedidas: sesiones de Zoom, videollamadas, transmisiones en vivo del funeral y del entierro, e incluso las ceremonias religiosas son compartidas a través de las redes sociales. Sin embargo esto no compensa el cálido abrazo, la palabra solidaria dicha, acompañar y sentirse acompañado hasta el último momento. El dolor de no haber estado ahí persiste, aunque se planeen hacer futuros homenajes “cuando todo esto pase”, no será igual.
Aún no sabemos cómo y cuánto afectará a nuestra salud emocional la pérdida de algún ser querido en esta pandemia. Los profesionistas hablan de duelos complicados que se caracterizan por la prolongación del proceso de duelo normal en el que las emociones dolorosas duran tanto y son tan intensas que resulta difícil recuperarse de la pérdida y continuar con la propia vida.
Como sociedad estamos viviendo un duelo colectivo, porque aunque no hayamos perdido a nadie cercano, tarde o temprano el duelo de algunos nos arrastrará a todos. De tal forma que, a falta de políticas públicas que contemplen brindar apoyo psicológico, y aunado a una cultura que no recurre a este tipo de apoyo para tratar de resolver sus problemas emocionales, no nos queda más que apoyarnos los unos a los otros, trabajando en comunidad y fortaleciendo las redes de apoyo, y ¿por qué no? comenzar a asistir a velorios virtuales para que así nos abracemos a distancia y no asumamos en soledad el dolor y la tristeza del fallecimiento de un ser querido.
Isabel C. Sánchez Rodríguez
El Colegio de la Frontera Norte