El pasado 5 de abril el diario New York Times publicó un artículo firmado por su Consejo Editorial (Editorial Board), lo que suele hacer solo sobre temas que han alcanzado una resonancia nacional (en Estados Unidos) digna de ser destacada. El título de ese artículo fue «Yes He Can, on Immigration» (Sí, Él sí puede), con un juego de palabras, el encabezado alude al grito-consigna («Yes, We Can» -Sí se puede-) popularizado en Estados Unidos en la campaña electoral del presidente Obama y, a la demanda de los «latinos» de que use sus «privilegios presidenciales» para ordenar la disminución de las deportaciones de mexicanos que en su administración han llegado a números nunca antes alcanzados, lo que ha dado lugar a que, en protesta, algunos le hayan puesto el mote de «deportador en jefe». El artículo hace referencia al fracaso de la política presidencial de aumentar las deportaciones para complacer a los «republicanos» -sin lograrlo- en un esfuerzo por lograr un apoyo «bipartidista» a su propuesta de una «reforma migratoria». Lo único que Obama ha conseguido es enajenar a los latinos cuyo desaliento por el incumplimiento de las promesas presidenciales los está llevando a abandonar masivamente las filas de sus simpatizantes. Obama ha tratado de neutralizar ese alejamiento con su decisión de otorgar una «diferición de acciones de deportación» por dos años, en favor de los llamados «dreamers» (jóvenes nacidos en México que fueron llevados cuando niños sin documentación migratoria a Estados Unidos por sus padres, por lo que podrían ser deportados). Además, le ordenó a Jeh Johnson de la Secretaría del Interior (Homeland Security) que estudiara una forma «más humana» de tratar las deportaciones de los indocumentados -lo cual no satisfizo a nadie por su imprecisión-. Mientras tanto, los «republicanos» están de plácemes al ver cómo los «latinos» -quienes, con su voto, le dieron el triunfo a Obama- le están retirando su apoyo al ver cómo crecen las deportaciones y las condiciones de abuso en las cárceles manejadas por la iniciativa privada. Tal es el caso de las cárceles de Tacoma, cerca de Seattle, Washington y en Conroe, Texas. En ambas se han puesto en huelga de hambre grupos respectivos de presos y presas a quienes los guardias privados de las empresas que manejan esas cárceles los mantienen en «confinamientos solitarios» con el objetivo de romper sus huelgas de hambre. Por cierto, la ONU ha equiparado esas condiciones de confinamiento carcelario a la tortura, según abogados de la ACLU (por sus siglas en inglés). Es indignante el silencio que ha guardado el gobierno de México ante esas condiciones de confinamiento solitario en esas cárceles, que están afectando a cientos de ciudadanos mexicanos en abierta violación de sus derechos humanos -que dice el presidente Peña estar defendiendo-.
Como lo sigue pregonando el padre Alejandro Solalinde (Premio Nacional de Derechos Humanos), el general que dirige el Instituto Nacional de Inmigración (INM) y la carabina de Ambrosio han servido para lo mismo. Véase si no la repetida violencia contra los migrantes que apareció la semana pasada en Tabasco. Dos centroamericanos muertos y uno lesionado dejaron entre lunes y jueves diferentes emboscadas al tren llamado «la bestia» en su ruta hacia Veracruz. Los hechos bastan para ilustrar la inutilidad del INM. En el caso anterior, un migrante hondureño fue asesinado a balazos y arrojado del tren en marcha frente a los aterrorizados migrantes que viajaban en los techos de varios carros-tanque, por lo que tuvieron que pagar «pasajes» a los criminales que se los cobraron a punta de pistola. La figura cilíndrica de esos carros tanque hace particularmente imperdonable que no haya suficiente vergüenza en los mexicanos, gobierno y todos nosotros, al ver en los diarios y revistas del extranjero las imágenes de esos trenes atestados de seres humanos rebosando los techos de los vagones con el terror dibujado en sus caras, sobre todo, en las de ellas. Me han preguntado, ¿ustedes no han salido a las calles a protestar por lo que esas imágenes representan? Ayúdenme quienes me lean a contestar esa pregunta. Yo, con los dientes apretados, me he resistido a contestar con la verdad: nunca.