Desde la frontera | Dodecaedro irregular (sobre escribir)

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Opinión de Jesús Pérez Caballero Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 24 de agosto de 2023

Las opiniones expresadas son responsabilidad de quien las emite y no reflejan necesariamente una postura institucional de El Colegio de la Frontera Norte.

Dedicado a mi amigo Iván Ribes Mengual y sus permutaciones de lector, poeta y bibliotecario.

1. Es básico preguntarnos si no escribimos una palabra por un origen fónico similar a la anterior o a las precedentes.

2. Lo escrito, ¿es una frase hecha, un cliché? Una búsqueda entrecomillada en internet puede ayudarnos; tal vez, comprobemos que cientos de miles de personas ya escribieron esa frase que pensábamos el clímax de nuestro ingenio. Si no resulta ser un lugar común, reescríbela.

3. El problema del adjetivo es que es intransmisible. Avanzaremos mucho al reconocer esto. Podemos aminorar su intransmisibilidad dando pistas -siempre a su alrededor- de por qué lo usamos, pero la respuesta al por qué de un adjetivo nunca será otro adjetivo.

4. El salto de “juntaletras” a escritor -la diferencia entre saber mover las piezas de ajedrez y jugar al ajedrez- es que éste ansía releer lo escrito (y aspira a que lo relean); al contrario, aquél se divierte escribiendo lo primero que le salga, “a lo escritura automática” (como quien deja caer la bomba y se marcha a otro Hiroshima).

5. Desentrañar lo erróneo de afirmaciones absurdas como “un toro es una vaca macho” o “una mujer es un hombre sin barba” (contradictorias como sostener que “un círculo es un cuadrado circular”) nos dará claves -no todas- sobre metaforizar.

6. Las correcciones deben ir, siempre, de mayor a menor unidad. Lee todo el capítulo una y otra vez; después, corrige páginas. Luego, pasa a los párrafos; de ellos, a líneas y frases. Es lo ideal. Si no tenemos tiempo, deberíamos, al menos, releer varias veces el texto, del tirón, para que no se torne un archipiélago mayor que el indonesio, del que no podamos dar cuenta. ¿Cuántos escritores no releen nunca su libro de principio a fin, y, aun así, lo envían, como tizón que los teledirige, a la editorial?

7. ¡Ah!, si corregimos palabra por palabra, la parálisis está asegurada.

8. Si un “Homo sapiens” viese cómo nos sobrepusimos a lo esquivo de la caza, se sorprendería y, a su manera entumecida, se alegraría. También le embargaría un punto de extrañeza y se plantearía qué ha estado haciendo, ¿qué fue él, de nosotros? Esa es la relación que debemos tener con las lecturas que nos influyeron.

9. Dos decisiones: la del escritor ermitaño y amanuense, atado por el tobillo a la pata de su mesa; o la de quien piensa que, para escribir, debe, antes o durante, vivir aventuras. Eso crea dos estilos; cada quien que busque el suyo; pero ambos tienen peligros: el primero, no distinguir la novela -que es doma del pensamiento propio-, del ensayo -un paso más allá: su domesticación—; el segundo, confundir la vida con la literatura. Más sencillo: el peligro del primer escritor es querer opinar siempre, pues cree saber todo; el del segundo, considerar la literatura como un agregado de hechos.

10. Debemos agradecer a quienes nos digan que la escritura está sobrevalorada, pero, a la vez, no debemos tomarlos tan en serio (la actitud frente a ellos debería ser como quien ve una película de terror y se estremece, pero sabe que esos monstruos no existen).

11. Muchas personas nos escriben correos que nos hacen evocar, con sonrisa, la exactitud de qué vieron; o nos platican, con naturalidad, de sus cosas, tan vivamente cotidianas, que parecen nuestras. Sin embargo, al plasmar todo eso en un cuento, se vuelven solemnes, envarados; entran en un rigor tétrico y, muñequitos de ventrílocuo, sólo aserrín les sale de la boca. La razón es la actitud hacia quien va a leerlos. Únicamente para evitar esto hay que tener en cuenta al lector.

12. La escritura no necesita que lectores -ni políticos que ocultan su manuscrito inédito como las ardillas sus bellotas- la juzguen; mucho menos, al momento. Y si lo escrito tiene que perdurar, no será por aclamación, ni por reglamento. Aunque, ¡por supuesto!, puede que algo valioso -no dudo que esto sucedió ya— quede aniquilado democráticamente, o por tiranía, casualidad, accidente.

Dr. Jesús Pérez Caballero

Investigador por México del CONAHCYT en El Colegio de la Frontera Norte.