A inicios de noviembre, México acumula 14 semanas de descenso sostenido en el número de casos de COVID-19. Junto con ese dato, que parece alentador, se presentan los primeros signos de optimismo en la economía del país. A ello se agregan los estímulos al consumo que supone el Buen Fin y el incremento en la capacidad de gasto de la población derivado de las prestaciones de fin de año.
Acorde a los indicadores económicos de coyuntura, la recuperación parece aproximarse, aunque lo hace con rasgos de asimetría geográfica y sectorial. Uno de los primeros referentes es el Indicador Trimestral de la Actividad Económica (ITAE); para el segundo trimestre de 2021 el ITAE muestra a estados con un notable dinamismo como Guerrero y Nayarit cuya variación en este indicador fue de poco más del 30% con respecto al trimestre anterior, en contraste, entidades como Aguascalientes caen en un 3.9% en tasa trimestral. Lo anterior, claramente, supone una brecha de diferenciación geográfica en la dinámica de crecimiento.
Baja California, por su parte, un estado con un perfil secundario exportador, desde principios de 2021 se perfiló como una entidad en franco proceso de recuperación. Tan sólo en el primer trimestre de 2021, Baja California ocupó el tercer lugar entre los estados con mayor variación positiva en las exportaciones incrementando en 6.7% respecto al mismo período del año anterior. El indicador parece consolidarse en el corto plazo y tener una perspectiva alentadora tras el anuncio de la reapertura de la frontera por parte de los Estados Unidos el pasado 8 de noviembre.
En el horizonte se ciernen, no obstante, algunas dudas. La primera de ellas motivada por una inflación que, si bien es de un solo dígito, se encuentra sobre valores un tanto atípicos para una economía como la mexicana que, al menos en las últimas dos décadas, ha consolidado su estabilidad de precios. Tal escenario se motiva por un dólar caro que sigue impactando la estructura de costos en la cadena de suministros y una tasa de interés presionada a la baja por el Banco de México, precisamente en la perspectiva de acelerar la recuperación económica. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el Indicador Nacional de Precios al Consumidor (INPC), que mide la variación promedio de los precios, en octubre presentó un incremento de 0.84% lo que sitúa a la inflación general anual en un 6.24%, una tasa un tanto atípica para las variaciones en torno al 4% a las que estamos acostumbrados en el INPC. El dato, asimismo, dista del objetivo del Banco de México que ubica la inflación anual en torno al 3%.
En materia de empleo, la pandemia llegó a exacerbar un problema estructural de la economía mexicana, a saber, la cantidad de mexicanos que laboran bajo condiciones precarias. De acuerdo al Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP), en el período de la pandemia, este indicador aumentó en alrededor de 3 millones de personas. Con tal situación, es natural encontrar severas restricciones al consumo y de ello una escasa capacidad de efectos multiplicadores sobre el crecimiento económico. Un consumo deprimido, por consecuencia lógica, impacta sobre el desempeño de las empresas dadas las limitadas expectativas de rentabilidad que forman, lo que a su vez crea cortapisas para los requerimientos del factor trabajo, hecho que impacta, nuevamente, sobre los bajos ingresos de la población. El problema crea y reproduce un círculo vicioso.
Un referente que acompaña a la perspectiva de la recuperación económica se encuentra en la formulación del Paquete Económico para 2022. Todo parece indicar que la pandemia seguirá marcando la tónica de la orientación del gasto para el próximo año. El Proyecto del Presupuesto de Egresos 2022 contempla un incremento a la Secretaría del Salud del 27.76 %, ello en la perspectiva de continuar enfrentando la pandemia con la compra de vacunas, medicamentos y abatir, al menos en un margen considerable, el estructural flagelo del acceso universal a servicios de salud de calidad. Huelga decir: garantizar el pleno abasto de medicamentos y la plena atención al reciente problema de la desatención a los tratamientos de niños con cáncer.
De ninguna manera se puede negar el carácter vital que ocupa la salud y la prioridad que tendrá ese sector en el marco del Paquete Económico del próximo año, sin embargo, dada la atención de lo urgente poco margen quedará para los aspectos importantes de la promoción a la recuperación económica desde las finanzas públicas. El próximo año se verá una variación positiva en el Producto Interno Bruto (PIB), la cual se anticipa en torno al 4.2%. Dicha tasa resulta a todas luces insuficiente y responde más al efecto rebote (variación positiva después de una caída pronunciada en el PIB) que a la materialización de los esfuerzos por acelerar la recuperación.
Al margen de la lectura estricta de los datos, socialmente se percibe un mejor ánimo, fincado en la sensación de rebasar paulatinamente los múltiples efectos de la pandemia. Las expectativas mejoran en el marco del retorno a las actividades presenciales, la reapertura de las fronteras y los efectos multiplicadores del gasto público, lo que indubitablemente contribuye a edificar una narrativa de recuperación económica. No olvidemos que la economía reside, en gran medida, en la agregación de percepciones y en el pesimismo u optimismo compartidos; en comparación, al menos con el año pasado, hay signos que se decantan por este último sentimiento.
Dr. Edgar Gaytán Alfaro
El Colegio de la Frontera Norte