“A partir de aquí, todo va a ser diferente” fue la frase que escuchó Carlos de parte de su pareja y madre de su hijo de tres años, mientras tomaban un camión rumbo a Houston. Eran una familia hondureña que habían decidido migrar hacia Estados Unidos. Pensó para sí mismo con un poco de alivio: “claro que será diferente”, habían logrado su objetivo después de un largo trayecto desde Centroamérica. Sin embargo, lo que no sabía era el sentido de aquella frase, misma que todavía hoy intenta entender sin un resultado satisfactorio.
La frontera entre México y Estados Unidos desafía constantemente todas las formas de pensar la vida. Desde las explicaciones más frecuentes, como lo es, que las personas migran para encontrar mejores oportunidades laborales o para ganar un mejor salario, para “escapar” de alguna situación complicada en su país de origen, incluso pasando por aspectos menos amables, como los delitos y la violencia de la que son víctima los migrantes. Sin embargo, también desafía cómo entendemos ciertas experiencias, por ejemplo, el amor. ¿Es posible un amor en condiciones de tránsito migratorio?
En principio puede parecer algo no relevante, puesto que entre todas las cosas que hay que pensar sobre la migración, ¿quién piensa en el amor? Bueno, ese es justo el punto de partida. Cuando hablamos de migración es común enfocarse en espacios que ya son comunes: las estadísticas, los temas económicos o laborales, las remesas, entre otros; sin embargo, pocas veces se voltea a mirar aspectos más íntimos de las personas las que van migrando: sus afectos, sus amores, sus esperanzas y en algunos casos como el de Carlos, también sus rupturas. Entre maletas improvisadas, caminos y trámites interminables, hay amores que no resisten la travesía, los silencios, los dolores del camino.
Las parejas que acompañan en la migración, incluso que se forman durante ella, no son secundarias: dibujan lazos afectivos que brindan soporte, identidad, familiaridad a las personas que migran. Estas historias de amor y desamor son parte de la vida diaria, ¿por qué no habrían de serlo también de la migración? Y bueno, de entrada, puede no parecer importante porque se piensa en las migraciones en términos de inmediatez, es decir, se necesita comida, agua, un lugar para descansar y continuar, “sólo están de paso” … dicen algunos, pero, pocas veces se piensa en las personas migrantes como lo que son, personas con una vida como la de cualquiera, con necesidades emocionales y con vínculos de afecto, de amor.
Para ilustrar lo anterior, regresemos con Carlos, el migrante que conocí y a quién su entonces pareja le comentó que “a partir de aquí, todo será diferente…” dicha frase si le cambió la vida, que recuerda, ya establecido en la ciudad de Houston, el día que llegó a un apartamento que alquilaba y donde vivía con su pareja y su hijo, mismos con quienes había recorrido más de dos mil kilómetros y había atravesado diferentes países con la idea de construir un mejor futuro como familia. La sorpresa para Carlos fue mayúscula, su pareja ya se encontraba viviendo con otro hombre. –“No sé qué pasó, todavía hoy no lo entiendo”- dijo mientras sacudió su cabeza en señal de confusión. El enojo en la cara es evidente, por momentos aprieta la quijada como quien desea evitar que salgan verdades amargas. Al parecer el hombre con quien su pareja estaba, sólo era desconocido para Carlos, tiempo después se enteró que era otro migrante hondureño con quien su pareja había tenido contacto a través de redes sociales y con quien mantenía una especie de relación virtual. Todo esto sucedía desde antes que Carlos y su pareja decidieran migrar.
Los costos emocionales de la migración son cuotas que van apareciendo con el paso del tiempo, hay experiencias que no logran explicarse, probablemente porque no hay algo que explicar. Si bien, es cierto que los amores son experiencias significativas para las personas, los desamores, en un tono más amargo, también lo son. Ignorar que estas experiencias suceden en los tránsitos migratorios tal vez sean un error. En el fondo las migraciones suceden por amor, es decir, por amor a la pareja, a los hijos, a los padres, a la comunidad.
No se niega que los temas económicos, la violencia, el trabajo y la búsqueda de mejores condiciones de vida, sean un disparador, pero ¿para qué o para quiénes son esas mejores condiciones? ¿Acaso no son justo para compartir con los hijos, con los padres, con la pareja, o incluso amigos? En la experiencia que Carlos me compartió, menciona “¿de que nos sirve traer la cartera llena si no tenemos con quien compartirlo? o con quien charlar…oiga yo tengo mucho de no charlar con alguien…” Y es que después de que Carlos vivió la ruptura amorosa con su pareja, él fue deportado a su país de origen y después se estaba esforzando nuevamente por llegar a Houston, pues aún tiene un hijo y por él lo está intentando.
Era consciente que el escenario no era sencillo, se había enfrentado a distintas adversidades, sorteando la soledad, la tristeza y seguramente el enojo y frustración de un proyecto que se pensó en familia, pero que se tuvo qué pensar desde lo individual. Reducir la migración sólo a las cifras o a las explicaciones que se han dado anteriormente es quitarle la dimensión afectiva que el fenómeno migratorio tiene en sí mismo, y el riesgo de ello radica en deshumanizar la migración, porque el amor y su contra parte, el desamor, son experiencias humanas por excelencia.
Sentado en una banca de cemento, en un albergue del noreste mexicano, Carlos pensó y repensó un proyecto de vida posible para él, expresó: “puedo vivir en mi país…encontrar algún trabajo para estabilizarse uno…vencer la soledad”. Temporalmente se quedó en México, puesto que estaba en espera de solicitar refugio para poder trabajar, juntar dinero y entonces decidir si retomar su migración original o buscar otros horizontes. El futuro era aún algo por elaborar para Carlos.
Migrar es moverse, mover emociones, sacudir afectos, conectar o desconectar amores. Historias como la de Carlos nos recuerdan que la dimensión afectiva no es cosa mínima, al contrario, es reconocer que la vida misma también viaja, sufre, a veces acompaña y otras veces se extraña, lo que es suficiente para merecer ser vista. De no ser así, seguiremos contando migrantes, pero no historias humanas.
Víctor Ramírez Salazar
El Colegio de la Frontera Norte, Movilidad Estudiantil en la Unidad Matamoros.
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