Las opiniones expresadas son responsabilidad de quien las emite y no reflejan necesariamente una postura institucional de El Colegio de la Frontera Norte.
Es frecuente escuchar frases como: “Uno ya no puede decir nada porque ahora todo es acoso”; “Si es guapo es piropo, si es feo es acoso”; “Si no quiere que la hostiguen por qué viene vestida así”, y cosas por el estilo, en las que recae en las mujeres la culpabilidad de ser ellas las causantes que se susciten eventos de hostigamiento sexual (hs) y acoso sexual (as).
Antes de proseguir, es importante definir a qué nos referimos cuando hablamos de hostigamiento sexual y acoso sexual. Según la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, por hostigamiento sexual se entiende “el ejercicio del poder, en una relación de subordinación real de la víctima frente al agresor en los ámbitos laboral y/o escolar. Se expresa en conductas verbales, físicas o ambas, relacionadas con la sexualidad de connotación lasciva”. Por otra parte, el acoso sexual es “una forma de violencia en la que, si bien no existe la subordinación, hay un ejercicio abusivo de poder que conlleva a un estado indefenso y de riesgo para la víctima, independientemente de que se realice en uno o varios eventos”. La diferencia entre ambos términos radica en la subordinación laboral y/o escolar que existe entre la presunta víctima y el victimario.
Esta conceptualización resalta la expresión de violencia sexual, conducta lasciva y el abuso del poder que ellas conllevan, y que en consecuencia causan daños que infringen en la integridad, en la salud y en los derechos de las víctimas, por ende, también son faltas que están tipificados en la Ley Federal del Trabajo y el Código Penal Federal, donde también se especifican las sanciones correspondientes para quienes las comenten.
Las conductas de hostigamiento y acoso sexual se dan todos los días en diferentes contextos, siendo las mujeres las más afectadas, no solo porque representan el porcentaje mayor de las víctimas ni porque la mayoría de los agresores son hombres, sino también porque estas prácticas suelen ser invisibilizadas y normalizadas por la sociedad debido diversos factores como lo son: una cultura de machista que permite que existan piropos, actos de asedio sexual, chistes, burlas, insinuaciones sin consentimiento y reciprocidad, de los hombres hacia las mujeres, pues son considerados como naturales, normales e inevitables en sus relaciones para con las ellas. A los estereotipos de sexualidad donde el incontenible deseo sexual de los hombres se ve como normal por ende tienen que demostrar su virilidad y conquistar a las mujeres quienes a su vez deben de seducirlos o conquistarlos. Al abuso de poder, siendo los hombres quienes aún ostentan mayor poder que las mujeres, colocando a estas últimas en posiciones de desigualdad y vulnerabilidad. Y a una débil cultura de denuncia que se da principalmente por la falta de confianza en las autoridades, lo largo y engorroso de los procedimientos, pero sobre todo por el miedo al señalamiento de las sociedad.
Un factor clave en la configuración de hs y as es la ausencia de consentimiento, es decir, se debe demostrar que las víctimas no consintieron de forma voluntaria o con deseo, los actos violentos que se perpetuaron hacia ellas. No obstante, bajo la creencia que las víctimas son las que provocan los actos de hs y as debido a su forma de vestir, su forma de actuar –“ser coquetas”– o por no ser firmes al rechazar esas conductas, la responsabilidad de establecer límites al asedio masculino recae en las mujeres, a lo que nos lleva a preguntarnos: ¿por qué son las mujeres las que deben consentir?
Retomando las relaciones de poder que mencionamos, donde los hombres piden, insisten y convencen, y las mujeres tienen que evadir, resistir y consentir –aunque no sea su voluntad o deseo–, las mujeres están atrapadas en un juego donde de alguna manera tienen que cumplir ese deseo y al mismo tiempo poner los límites, es decir, tienen que expresar abiertamente que los actos “normales” de connotación lasciva que se ejercen contra ellas les incomodan, les causan ansiedad, miedo, sufrimiento psicológico, enfermedades físicas, asilamiento y también hacerles entender a los hombres que un ¡no es siempre un no! En otros casos se puede decir que se cae en el juego del consentimiento, cuando por miedo o confusión las víctimas tienen que ceder a estas violencias forma involuntaria y/o no deseada.
De esta forma para contribuir a la disminución del hostigamiento sexual, acoso sexual y otras tantas formas de violencia de género debemos de comenzar a mirarlos desde otra perspectiva, por ejemplo, dejar de revictimizar a las presuntas víctimas y comenzar a cuestionar a los victimarios sobre su actuar violento, dándoles así la oportunidad de ser “consintientes”.
Isabel C. Sánchez Rodríguez
El Colegio de la Frontera Norte