Corredor fronterizo | Paseando con el perro

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Opinión de Xavier Oliveras González Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 15 de junio de 2023

*Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien escribe. No representa un posicionamiento de El Colegio de la Frontera Norte.*

Caminar por calles y caminos, ya sea que estemos en entornos urbanos o en rurales, es más que desplazarse de un punto a otro. En función de las circunstancias de cada quien, también es una forma de estirar las piernas, pasear y relajarse; de hacer ejercicio y realizar una actividad saludable; de conocer el lugar que habitamos y de vincularnos con el mundo; y de despejar la mente y de estimular el pensamiento y la reflexión.

A veces caminamos solos y otras, acompañados; a veces dialogamos con nosotros mismos y otras, con los demás. Y una forma particular de esa actividad es hacerla en compañía de nuestros animales –nuestros en el sentido de que nos une una relación afectiva, no de propiedad–, como llevo haciendo desde hace unas semanas con una labrahuahua que mi esposa y yo hemos adoptado. A diferencia de andar solos o con otras personas, caminar con una perrita abre la posibilidad de conocer los lugares y de hacer comunidad de una forma distinta. También ayuda a pensar y cavilar de otra manera, como bien muestra Anthony McGowan en su recomendable libro “Cómo enseñar filosofía a tu perro” (2021).

De la práctica cotidiana –necesariamente diaria, para ser precisos– de salir a pasear con la Bel por las calles de la colonia y de las experiencias que se nos han ido acumulando, me gustaría destacar tres aspectos.

En primer lugar, transitar a pie por las calles de cualquier ciudad nos hace conscientes de las dimensiones de la urbe, de la cercanía o lejanía de los sitios que la componen, del estado de las calles y parques, y de la confortabilidad y seguridad para el peatón… y para los animales. Así, por ejemplo, al caminar sentimos –con nuestro cuerpo– la textura y dureza de calles y banquetas. No es sorprendente descubrir el predominio (y el dominio) del concreto y del asfalto, en detrimento de las superficies blandas, hechas de tierra y pasto. Pero yendo con un perro se detecta hasta el más pequeño resquicio de superficie no pavimentada o agrietada, donde crecen libremente las yerbas. De pronto, la ciudad aparece como el “tercer paisaje” del que habla el botánico Gilles Clément, aquella donde la vegetación y los animales se escapan del ordenamiento urbano. El caos de las calles y las banquetas también se manifiesta en la basura y los excrementos, si hacemos caso a los gustos de nuestra perrita, que se detiene a cada rato a olfatear los pequeños montoncitos que las pueblan.

Por si no fuera poco, mientras vigilamos donde ponemos los pies para evitar posos y popós, también tenemos que andar con cuidado con los carros que pasan a nuestro lado a toda velocidad. Pero, a pesar del riesgo, no renunciamos a las calles. Precisamente, en segundo lugar, pasear con un perro constituye también una forma de reclamar nuestro lugar en la ciudad; o, como diría Henri Lefebvre, es ejercer nuestro “derecho a la ciudad”. Frente al dominio de los autos, caminar deviene un acto político en pro de un espacio público para todos, en el que quepamos todos los habitantes, tanto quienes van a pie como en vehículo, y tanto humanos como perros, gatos y caballos; un espacio público donde se respete y se dé prioridad a los más vulnerables; es decir, a peatones y animales.

El último aspecto que quiero señalar se refiere al paseo con el perro como un acto mediante el cual se hace ciudad, no solo porque se habite la calle y se reclame el espacio público, sino porque ayuda a crear una comunidad. En pocas semanas he conocido a más vecinos que en todo el tiempo que llevo viviendo en esta colonia. Los animales causan simpatía, ayudan a superar la indiferencia que sentimos por los desconocidos, evocan recuerdos y emociones, y nos impulsan a compartir nuestras experiencias con los demás. Así, en nuestros paseos saludamos y nos saludan el señor que hace unos años se quedó viudo, pero que gracias al perrito de su difunta esposa el duelo se le hizo más llevadero; la vecina que rechaza la compra-venta de perros y que, por consiguiente, ha rescatado a varios, al último de los cuales le encanta lamer todo; los niños que nos esperan en la tienda de la esquina para jugar con la Bel; el señor originario de Venezuela, que ahora espera en esta ciudad fronteriza para cruzar a Estados Unidos, pero que para ello dejó atrás a su perrito, a quien echa de menos; la señora que seguramente sufre algún tipo de demencia y a quien le encanta recibir el cariño de la Bel; o, para terminar, la vecina a quien le gustaría salir a caminar, pero que no puede porque la esquina siempre está llena de aguas negras y no hay forma que vayan a reparar la fuga.

Para concluir, y como refleja esta columna, pasear con un perro invita a reflexionar sobre este mismo hecho y su relación con el espacio y la colectividad, y a compartir con ustedes, los lectores, estos pensamientos.

Dr. Xavier Oliveras González

El Colegio de la Frontera Norte