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El ejercicio ideológico no requiere de auditores o censores, los mismos grupos sociales llevan ese papel.
Hace algunos meses fui invitado al Museo de Historia Mexicana en Monterrey a impartir una charla sobre diversidad cultural, que cerraba el ciclo de conferencias “Monterrey Industrial. Lectura entre amigos”. Mi intervención resultó más que una plática, el auditorio se convirtió en un laboratorio social donde fueron probados los sistemas de valores dominantes regiomontanos.
En tal ciclo habían sido tratados temas como historia y perfiles del empresariado, los símbolos industriales, Fundidora de Monterrey, el patrimonio industrial, entre otros, que retratan el pasado y la importancia económica de esta ciudad en el país. Son temas que reafirman la identidad de la ciudad y de muchos grupos sociales. Allí empieza el problema: no es un pasado compartido por toda la gente que habita Monterrey. Las nuevas generaciones cuyos padres no fueron parte del paternalismo empresarial regiomontano, la inmigración de diversos grupos étnicos hacia esta metrópoli, serían sólo algunos sectores del actual mosaico regiomontano.
Con mi participación me propuse responder ¿qué manifestaciones socioculturales tenemos en Monterrey en un entorno de creciente economía terciarizada? Ofrecí al público datos sobre la secularización de la sociedad (una iglesia transformada y menos metida en la mesa y en la cama); disociación de la sexualidad y la procreación; reducción y retardo de la nupcialidad; reducción en la tasa de fecundidad y natalidad; modificación en los roles de género; aumento en la jefatura femenina del hogar; incremento en la tasa de divorcio. Además fue importante destacar la agenda de los nuevos movimientos ciudadanos: cuidado ambiental, diversidad sexual, movilidad urbana, protección de animales, entre otras.
Esta retahíla de cosas por supuesto que impactó a buena parte del público. Por sus preguntas y en algunos casos hasta reclamos, sentí que faltó poco para recibir música de viento. Por esto dije al inicio de esta columna que las mismas personas nos encargamos de fungir como censores. Fue aún más intenso el ambiente cuando abordé específicamente el caso de la diversidad sexual.
Los sistemas de ideas naturalizan y legitiman el estado de cosas. Los valores y creencias diferentes deben ser obscurecidos, denigrados y excluidos. Una ideología dominante nos indica lo que es bueno y posible y sus contrarios: lo que es malo e imposible. No me propuse actuar como un provocador y entiendo la postura de la mayoría de asistentes, pues su ideología les indicaba cómo reaccionar al cuestionamiento de sus creencias. Pero si me vuelven a invitar, no cambio el discurso. Si saben que el niño es chillón, para qué lo pellizcan.
La diferencia del conservadurismo con otros sistemas ideológicos es que éste trata de aniquilar casi todo cambio. El binarismo sexual (hombre-mujer) no admite otro tipo de posibilidades. En cambio, la diversidad y pluralidad sexual no tienen como principio anular al binarismo sexual. Por tanto, mi comentario de esta columna nada tiene que ver con las personas que se escandalizaron aquella mañana en el auditorio, sino con los discursos intolerantes y con pretensiones de homogeneizar la sociedad, y en esto van las instituciones gubernamentales, empresariales, educativas, religiosas, y hasta los medios de comunicación.
Al final de la charla subieron al estrado varios jóvenes a expresar tímidamente su acuerdo con lo que yo había expuesto. Por fortuna constaté que ese auditorio tenía una composición diversa, aun con la presencia hegemónica del Monterrey que se va lentamente.
Camilo Contreras Delgado
Profesor-Investigador de El Colef-Sede Monterrey[:]