Corredor Fronterizo | Las muertes en el río Bravo

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Opinión de Óscar Misael Hernández-Hernández Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 22 de septiembre de 2022

El fin de semana pasado, la muerte de nueve migrantes ahogados en el río Bravo, específicamente en la frontera entre Piedras Negras y Eagle Pass, fue noticia internacional. La retórica de los medios coincidió: de manera irregular los migrantes trataban de cruzar la frontera México-Estados Unidos y se ahogaron debido a que las lluvias intensas aumentaron el nivel de agua y la corriente en el río.

No es la primera vez que algunos migrantes mueren ahogados en el río Bravo. Basta con correr el motor de Google y encontraremos un sinnúmero de noticias que narran las tragedias. En agosto pasado, en la frontera entre Ciudad Juárez y El Paso, una niña guatemalteca de apenas cinco años de edad murió ahogada cuando la corriente la separó de su madre. En marzo, en la frontera entre Acuña y Del Río, la esposa y el hijo de cuatro años de edad de un migrante cubano murieron ahogados. Y quién podría olvidar a los salvadoreños Óscar y su hija Valeria, de apenas dos años, quienes murieron ahogados en junio de 2019 en la frontera entre Matamoros y Brownsville.

Llámese río Bravo en México o río Grande en Estados Unidos, a final de cuentas es la frontera natural entre estos dos países. Nadie niega que sea fuente de vida, después de todo este río abastece de agua a más de 13 millones de habitantes en ambos lados de la frontera internacional. Sin embargo, parece ser que también es fuente de muerte: las personas mueren con la misma agua que da vida, cuando los pulmones se les llenan de líquido y viene la asfixia. Esto parece ser una paradoja siniestra: el río da vida y muerte de manera democrática, sin distinguir fronteras, nacionalidades, género o edades; pero hay gato encerrado: sí hay distinción entre quienes viven y quienes mueren.

Un informe del Centro Strauss de la Universidad de Texas, por ejemplo, constata que la frontera de Texas con México es donde mueren más migrantes. Claro, al intentar cruzar por el río Bravo. Migrantes muertos o desaparecidos, personas sin documentos, los bad hombres (y mujeres) a los que Donald Trump se refirió y repudió. Al menos muchos de ellos y ellas, y no otros, son los que mueren al atreverse a cruzar el río porque es “peligroso” en esencia, por naturaleza.

Es innegable que el río Bravo, como cualquier otro, tiene su propio cauce y que su caudal crece con las lluvias y los escurrimientos de agua. También es innegable que con ello se incrementa el peligro para quienes intentan cruzarlo, sin conocer sus corrientes, riberas o meandros. El río tiene su propia agencia política, se dice desde algunas teorías no tradicionales de las ciencias sociales, y es precisamente ese argumento el que es apropiado por el gobierno estadounidense –y también el mexicano– para impulsar la política de disuasión migratoria en las fronteras: el río es “peligroso”, no vengan y mucho menos intenten cruzarlo. Con ello el río tiene la culpa, no los gobiernos.

Los filósofos de la música norteña tienen una teoría más interesante, que pone en perspectiva los argumentos políticos. En la canción «Buenas tardes, río Bravo», destacan que este flujo de agua carga con dos estigmas: ser asesino y ser traicionero. En el primer caso por los muertos que le echan y en el segundo por los que mueren ahogados al intentar cruzarlo. Sin embargo, plantean que los criminales lo acusan porque no puede hablar y por ello “la culpa te han ido echando”. Mientras tanto, las muertes continúan y los cuerpos flotan o desaparecen en el río.

Dr. Óscar Misael Hernández-Hernández

El Colegio de la Frontera Norte