[:es]Parece ser que en últimas fechas todos los países se han encontrado una minoría a la cual castigar: en los Estados Unidos de Donald Trump a los mexicanos, en la Holanda de Geert Wilders a los marroquíes y en el México de los mexicanos a la comunidad LGBTTI, a las mujeres y a los indígenas. ¿Que exagero? Ni siquiera es necesario referirnos a eventos de violencia focalizada hacia dichas poblaciones: acoso, agresiones o asesinatos. Sólo basta con ver los eventos aparentemente inocuos, en los que muchos mexicanos han participado, pensando que se trata de su deber cívico, de un acto jocoso o simplemente parte del status quo.
Hace tan sólo un par de meses miles de mexicanos salieron a las calles de las principales ciudades del país a marchar por “la familia”. Curiosamente, no buscaban ampliar los esquemas que nos ayuden a todos a conciliar la vida familiar y laboral. No se habló de la necesidad de extender permisos de maternidad y paternidad o de la necesidad de muchos trabajadores y trabajadoras de atender a hijos, padres, hermanos o parejas enfermas. La dichosa marcha buscaba limitar los esquemas legales de protección a las familias que ya existen al oponerse al matrimonio entre personas del mismo sexo quienes, según los manifestantes, no deberían de gozar de los mismos derechos que una “familia natural”.
En ese mismo periodo de tiempo, videos de un par de parejas salieron a la luz: en uno una chico besa a un chica y en el otro el pene de un chico es estimulado por una chica. En ambos casos tanto medios de comunicación “serios” como redes sociales, se encargaron de difundir, comentar y hacer virales los video, linchando públicamente y exclusivamente a las mujeres involucradas. No fue suficiente humillación difundir los videos, sino se llegó al extremo de identificar y publicar sus datos personales: nombre completo y lugar de trabajo incluidos. A final de cuentas y bajo la lógica de quienes participaron en la viralización de ambos eventos ellas se lo buscaron.
En el caso de los indígenas, la violencia simbólica está tan generalizada y normalizada, que resulta fútil recurrir a ejemplos tomados de los medios y tal vez, resulte un ejercicio más fructífero pensar en las formas en las que participamos en la constante pauperización, marginalización e invisibilización de las poblaciones indígenas en nuestro país. Desde el lenguaje que usamos, hasta desnaturalizar las formas en las que la clase social, la etnia y la cultura están estrechamente relacionadas en nuestro país .
Según la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2010 (ENADIS, 2010) aproximadamente el 70 por ciento de las personas heterosexuales encuestadas dijeron estar de acuerdo con que en México no se respeten los derechos de las personas homosexuales, lesbianas o bisexuales. El 27 por ciento de las mujeres ha sentido que sus derechos no han sido respetados debido a su sexo y casi el 15 por ciento de los jóvenes justifica la violencia de género sobretodo si el detonante fue infidelidad. El 40 por ciento de los encuestados consideró que en México se discrimina a las personas por el color de su piel y según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (CONEVAL, 2015) el 70 por ciento de la población indígena en nuestro país vive en la pobreza. Ante estos datos ¿nos quejamos de Trump por discriminador, misógino y racista? Habrá que reconocer que cuando vemos a esos líderes populistas -que van ganando terreno en todo el mundo- lo que estamos viendo es nuestra imagen en el espejo.
Melissa Ley Cervantes
Catedrática CONACyT- El Colegio de la Frontera Norte
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