Corredor fronterizo | La ilusión de los parques binacionales

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Opinión de Xavier Oliveras González Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 13 de octubre de 2022

Poco a poco los gobiernos locales de Nuevo Laredo, Tamaulipas y Laredo, Texas, han ido dando pasos hacia lo que puede llegar a ser un parque binacional en las orillas del río Bravo o Grande. La idea, que no es del todo nueva, se formuló el año pasado en el marco de una colaboración liderada por ONU-Hábitat. Desde entonces las autoridades locales han presentado el proyecto en distintos foros y ante actores públicos y privados de ambos países con el fin de recabar apoyo y financiamiento. La estrategia de momento no les ha ido nada mal y han conseguido asegurarse dos millones de dólares y cerca de 80 millones de pesos de las arcas públicas para las primeras fases. A este éxito han contribuido, sin lugar a dudas, las proyecciones diseñadas por el equipo encargado de la planeación del parque. De hecho, su fuerza visual es una de las principales bazas para convencer tanto a políticos e inversores como a las comunidades locales.

Una de estas personalidades, Ken Salazar, embajador de Estados Unidos en México –y de quien se acaba de saber que Sedena lo ha estado siguiendo–, se enamoró del proyecto de inmediato y se ha convertido en uno de sus grandes impulsores. Yendo más allá de la escala local, sueña en un gran parque binacional a lo largo de todo el río y de toda la frontera. Y a esta idea ya se han sumado otras localidades tamaulipecas y texanas: Matamoros y Brownsville, y Reynosa. No es de extrañar, ya que en las tres existen propuestas similares, algunas incluso en marcha. Así, en Matamoros, donde hay un mayor avance, se ha consolidado el Paseo del Río y sigue afianzándose el proyecto del Centro Cultural Binacional. En cambio, en Brownsville llevan décadas intentando infructuosamente desarrollar su “river front”; y en Reynosa y en Mission el huracán Alex, allá por 2010, truncó una mayor integración de los parques a ambos lados de la presa internacional Anzaldúas.

Los motivos detrás de esta apuesta son tanto socioambientales como políticos. De un lado se busca restaurar ecológicamente el río y mejorar su calidad ambiental, tanto la del agua como la de las orillas. No debe olvidarse que el río Bravo / Grande es uno de los que presentan peor estado de conservación, a causa de su sobreexplotación y contaminación. El lado positivo es que desde los años noventa ambos países cooperan para mejorar su calidad, a lo que se suman los esfuerzos locales, como el ejemplificado por el Día del Río. Paralelamente a este objetivo, también se busca recuperar los espacios fluviales para usos sociales, recreativos y culturales. Por mucho tiempo las orillas han permanecido como lugares olvidados e inseguros, a espaldas de los cuales se construía y desarrollaba la ciudad. Con el fin de revertir esta situación se espera que la ciudadanía se apropie de estos lugares a partir de la convivencia, la práctica deportiva y la programación de eventos culturales.

Tan importante como estas dos finalidades lo es también la geopolítica. La recuperación de estos espacios debe servir para que los dos lados se miren y compartan un espacio en común de relación transfronteriza. No es solo que desde una orilla se vea la otra –lo cual ya ocurre–, sino que la población de un lado y otro se mueva y disfrute de estos parques indistintamente del país. Así, Laredo y Nuevo Laredo proyectan también un nuevo puente peatonal, integrado en el paisaje, para que los habitantes cambien de orilla tal y como ocurre en cualquier paseo fluvial. A este respecto, los referentes preferidos de las autoridades del noreste de México y del sur de Texas son el Riverwalk de San Antonio y el Paseo Santa Lucía de Monterrey. En definitiva, con los parques binacionales se trata de borrar la frontera; o, más precisamente, de suavizar el espacio fronterizo. Este objetivo es clave para la actual administración estadunidense, que quiere alejarse de la anterior y revertir la hostilidad material y simbólica impuesta por el muro fronterizo.

A pesar de estas buenas intenciones, que celebro, lo cierto es que el río continúa marcando la frontera entre ambos países, a la par que la política fronteriza y migratoria de Estados Unidos sigue siendo en esencia la misma. Ante el apoyo gubernamental a los parques binacionales uno se pregunta si lo que realmente se quiere es esconder lo inhumano y clasista que suponen las actuales políticas fronterizas, entre cuyos nefastos resultados se cuentan los ahogados en el río al intentar cruzarlo. Así, no por plantar árboles y flores el muro desaparece, ni extender un bonito puente significa que cualquiera pueda pasar. La prueba de ello nos lo ofrece el Parque de la Amistad, en el límite entre Tijuana y San Diego que, construido en los años setenta con la misma voluntad que impulsa a los nuevos, hoy es un espacio residual, completamente segregado y dividido por el muro. Sin embargo, como dice Harald Bauder, la utopía es necesaria para resistir y subvertir las fronteras.

Dr. Xavier Oliveras González

El Colegio de la Frontera Norte