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Los habitantes de la Zona Metropolitana de Monterrey hemos padecido en estos dos últimos años de un discontinuo abastecimiento de agua en varias colonias y zonas de la ciudad. Una causa generalmente aceptada es que esta situación se debe a un periodo de sequía hidrológica que ha durado por lo menos cinco años y no sabemos si terminará en el próximo año. La esperanza es que se termine y volvamos a la “normalidad”. Lo cierto es que, derivado del cambio climático, se genera una mayor incertidumbre en el volumen de agua de lluvias que tendremos cada año y nada asegura que este será suficiente para cubrir las necesidades de una población creciente y altamente concentrada (más del 90%) en la Zona Metropolitana. Por lo menos en 2023 no llegaron las lluvias que se esperaban según las predicciones. La construcción de infraestructura, el acueducto Cuchillo 2 y la presa Libertad tampoco parece ser una solución final. El acueducto ha presentado limitaciones técnicas para traer el volumen de agua necesario en el plazo prometido y además se presenta un conflicto con el uso agrícola del Distrito de Riego 026 para disponer de ese volumen. La presa Libertad, aun cuando se termine este año, tomará al menos cinco años, según los hidrólogos especialistas, para llenarse. Por otra parte, ante la promesa de un crecimiento de la actividad económica, particularmente de la industria ante el fenómeno económico del nearshoring, se espera un incremento de la población mayor al del resto del país. Así pues, una disponibilidad incierta de agua y una creciente población plantean un escenario complejo para la Zona Metropolitana.
El organismo proveedor, Servicios de Agua y Drenaje de Monterrey (SADM) ha planteado que el consumo promedio del habitante de Monterrey, alrededor de 148 litros es excesivo ante una situación de limitada disponibilidad. Esto basado en un consumo mínimo de 100 litros por habitante por día que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS). Por lo tanto, se propone, a través de la campaña “Ciudadanos de 100 litros” promover un cambio en los consumos que lleve a ese nivel. Según información de SADM, comparando el periodo enero-abril de 2022 con el mismo trimestre de 2023, en los nueve municipios del Área Metropolitana se registró una disminución promedio en el consumo de 148 a 141 litros, aproximadamente siete litros por persona. Esta reducción en el consumo fue distinta por municipio en un rango de menos de dos a 21 litros. Un aspecto relevante es que en los municipios y por lo tanto en las viviendas en las que el consumo usual es mayor se tiene también un mayor margen para poder reducir el consumo que en las viviendas con un volumen de uso cercano al mínimo necesario.
Si bien la percepción de una limitada disponibilidad de agua puede motivar una reducción del consumo, probablemente no por cambio de hábitos, sino por la misma discontinuidad en el servicio, es importante tener en cuenta que los hábitos de consumo incluyen tanto características individuales como la influencia de la política pública y del contexto. En cuanto a los aspectos personales difícilmente se pueden cambiar y afectan el comportamiento individual. Durante el periodo más fuerte de la crisis de 2022, las personas con problemas de agua de la llave realizaron compras de pánico de recipientes de plástico para almacenar agua. Posteriormente creció en la ciudad la instalación de tinacos en las viviendas y posiblemente de cisternas, aunque en menor medida por el nivel de inversión que requiere. Estas medidas no reflejan un cambio de hábitos, sino medidas de emergencia basadas en la necesidad de almacenar agua previendo que no se contará con ella.
La política pública puede inducir a cambios de hábitos mediante incentivos y campañas de concientización. De hecho una de las primeras medidas en la Zona Metropolitana fue el incremento de 10% en tarifas de consumo doméstico con un consumo mayor a 10 m3. Otros incentivos fueron las sanciones con multas por desperdicio de agua o la instalación de reductores de presión por uso excesivo. Finalmente, las campañas de concientización en medios de comunicación, redes sociales y con eventos en la comunidad usualmente se enfocan a recomendar medidas para un menor consumo de agua en actividades diarias. Un componente que no se incluye frecuentemente es concientizar sobre el impacto que cualquier actividad humana tiene en general sobre el equilibrio de los ecosistemas y cómo reducir esos impactos en la vida cotidiana.
Sin embargo, ninguna medida será suficiente para cambiar hábitos de consumo mientras persista un contexto en el que el modelo de desarrollo y el comportamiento social se identifique con un crecimiento continuo de la actividad económica para el que las limitaciones naturales de los recursos –entre ellos la limitada disponibilidad de agua en una región semidesértica– se vea como un obstáculo a vencer.
Ismael Aguilar Benítez
El Colegio de la Frontera Norte