El Corredor Fronterizo: Insustentable

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Opinión de Armando Páez García Profesor-investigador de El Colegio de la Frontera Norte en Matamoros de El Colegio de la Frontera Norte

martes 7 de junio de 2016

En 1987 la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, propuso en un informe titulado Nuestro futuro común el concepto “desarrollo duradero”. Así aparece en la primera traducción al español del documento, realizada por la Asamblea General de las Naciones Unidas. En la traducción que publicó en 1988 Alianza Editorial (Madrid) se nota un cambio: en vez de “duradero” se emplea la palabra “sostenible”, que también se lee en la primera traducción.

A pesar del uso de la palabra sostenible en las primeras versiones en español, en América Latina comenzó a divulgarse incorrectamente, ya en los primeros años de la década de 1990, la palabra “sustentable”. Incorrectamente, porque el Diccionario de la lengua española define sustentable como: “Que se puede sustentar o defender con razones”; y entiende por sostenible: “Especialmente en ecología y economía, que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente”. Mismo sentido de duradero: “Que dura o puede durar mucho”. Sustentable debe aplicarse a una proposición o afirmación; sostenible, a procesos o actividades.

Ignorando la imprecisión semántica, en la región se le dio al desarrollo “sustentable” un sentido de emancipación, de lucha, de diferencia, se convirtió en ideología: Los poderosos hablan de desarrollo sostenible, nosotros, los pueblos sometidos, debemos hablar de sustentable. También se le relacionó con “sustento”. La distinción pudo tener sentido como una idea diferente de desarrollo —sin superar, debe decirse, la reflexión sobre el ecodesarrollo de Ignacy Sachs de la década de 1970—, pero sustentable se convirtió en una palabra de moda, en el jabón biodegradable para limpiar nuestros pecados contaminantes y destructores, usada tanto por académicos, intelectuales y líderes sociales de izquierda, como por políticos y empresarios conservadores y celebridades pop. Así, todo es sustentable: productos, políticas, edificios, actos, empresas, ciudades…

Lo sustentable se mezcla con lo “verde”, lo “limpio”, lo “bajo en carbono”. Más aún, el error ha alcanzado un nuevo nivel con la invención de una palabra: autosustentable. Tampoco es correcto autosostenible, ya que existen términos para referirse a ese proceso que se busca generar: autonomía, autosuficiencia. En la década de 1970 se diseñaron e incluso construyeron en el Reino Unido, Estados Unidos y Canadá las primeras casas autónomas, proyectos experimentales, algunos universitarios, con un sentido ecoanarquista o solidario: desligarse de las redes y servicios centralizados de electricidad, calefacción, agua, drenaje y recolección de residuos y en lo posible producir alimentos. Sachs habló de autovalimiento.

En México, estas iniciativas son exploradas en las ecotecnias y las viviendas o conjuntos construidos por la Fundación de Ecodesarrollo Xochicalli, dirigida por Jesús Arias, y Promoción Ecológica Campesina, organización encabezada primero por Jesús Quirós y después por Carmen Olivera y Rogelio Herrera. Cabe destacar también la obra de Armando Deffis y su libro La casa ecológica autosuficiente (Ed. Concepto, 1987).

El desarrollo sostenible recibió críticas desde que nació: el desarrollo (industrialización) es por definición insostenible, agota los recursos y contamina. Algunos preferimos hablar de “sostenibilidad”, pensando en la capacidad de las sociedades para subsistir, organizarse, reinventarse. Para esto se requiere energía, no sólo un ambiente sano y libre (absurdamente) de carbono. Es un asunto ecológico y económico, institucional y cultural. Y por esto, la importancia de usar las palabras correctas. La noción de desarrollo sustentable es insustentable.

Por: Armando Páez García
Profesor-investigador de El Colegio de la Frontera Norte en Matamoros