Aunque las autoridades dicen que la ola de violencia que vive el estado es consecuencia de la guerra entre cárteles del crimen organizado, y por ende, ha sido importada de otras partes de la República, lo cierto es que es un problema que está asentado en la entidad desde hace ya tiempo.
Los datos del semáforo delictivo de la Fiscalía General de Justicia de Nuevo León indican que en 2022, los delitos de robo a persona, robo a auto, lesiones y homicidio se encuentran en color rojo, es decir, que aumentaron respecto al promedio histórico. Siendo los homicidios dolosos (occisos) los que registraron la mayor tendencia al alza llegando a un total de mil 430 a diciembre del año pasado.
Otro dato alarmante es la violencia de género. De acuerdo con los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, después del Estado de México (131), Nuevo León es la segunda entidad en la que se cometieron más feminicidios en el país el año pasado. Para noviembre de 2022, en la entidad se habían registrado un total de 85 eventos, siendo Juárez el municipio que registró el mayor número de feminicidios a nivel nacional (17) y Ciénega de Flores el que presentó una mayor tasa de incidencia (26.95 por cada 100 mil mujeres).
Podría seguir dando cifras al respecto, pero es algo que sale todos los días en los medios. Mejor voy a hablar sobre dos casos de mujeres que desde sus trincheras llevan a cabo acciones de cultura de paz en sus comunidades.
En primer lugar está Laura, quien vive en la Bella Vista, asentamiento irregular ubicado en lo alto de la Loma Larga. Como su nombre lo indica, es un lugar que tiene una vista privilegiada, pues por un lado se puede ver el río Santa Catarina y el centro de Monterrey; por otro se ve el pujante sector Valle Oriente hasta la Sierra Madre; no obstante, es un lugar carente de muchas cosas: solo se tiene acceso por una calle sinuosa y de pendiente pronunciada, en la que solo cabe un auto a la vez; no hay escuelas y ni qué decir de lugares para actividades culturales. Ante la carencia de oportunidades para las infancias, Laura buscó la forma de llevarles una actividad artística. Fue gracias a sus contactos que logró que un matrimonio fuera a dar clases gratuitas de música a un grupo de niñas y niños, quienes cada miércoles asisten gustosamente al salón que Laura improvisó en el patio de su casa. Como ella dice: “Tengo que enseñarles que existen más cosas que valen la pena, pues la vida no es solo alcohol, drogas y violencia. Sé que no es mucho lo que estoy haciendo, pero si logro que uno de estos niños cambie su destino, con eso habré hecho mucho”.
Otro ejemplo es Magda, quien por mucho tiempo fue víctima de violencia familiar y hoy en día con ayuda de su hermano y unas amigas, se dedica a hacer actividades recreativas con el fin de ayudar a un grupo de niñas y niños que viven en uno de los sectores más conflictivos de Guadalupe y también sufren de los estragos de la violencia. Magda y sus compañeras organizan excursiones al Cerro de la Silla o a algunos de los grandes parques de la zona, en las que les enseñan a los infantes la importancia de cuidar la naturaleza y hacer ejercicio. También realizan sesiones de cuentacuentos, música y manualidades; preparan desayunos, sesiones de juegos, en sí los acoge con alimento y amor con los recursos que tiene a la mano: “Tengo que hacer algo por ellos, mostrarles que hay otra realidad a la que están acostumbrados”.
Es obligatoriedad del Estado garantizar la paz, sin embargo, la mayoría de las acciones que hace para lograrla están basadas en el uso de la fuerza para la resolución de conflictos, lo cual sigue generando sensación de violencia. Por ende, a través de pequeñas acciones que no requieren de grandes infraestructuras o recursos, como las antes descritas, podemos generar cambios que generen paz en nuestro entorno inmediato.
Isabel C. Sánchez
El Colegio de la Frontera Norte