[:es]El 15 y 16 de junio, Médicos Sin Fronteras, en conjunto con el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz y otras instituciones, organizaron el Foro Nacional “Hablemos de las heridas”, un evento sobre salud mental e intervenciones psicosociales en contextos de violencia.
Este evento que logró conjuntar a especialistas de la salud mental, activistas (individuales y colectivos), investigadores y funcionarios públicos, tuvo como objetivo ser un espacio para reflexionar sobre esas heridas que, muchas veces, son invisibles pero dejan graves secuelas, en los individuos y las colectividades.
El Foro fue muy interesante, ilustrativo y enriquecedor no sólo porque se tocó un sensible tema con graves consecuencias en el ámbito de la salud (individual, familiar y comunitaria) y en el ejercicio de los derechos humanos –franca y abiertamente quebrantados a causa de la guerra entre cárteles de la droga y el combate del Estado hacia el narcotráfico-.
Un Foro para hablar de las heridas es muy relevante porque no hay manera de entender la realidad si no empezamos por hablar de ella; no hay manera de empezar a sanar heridas, si no empezamos por reconocerlas; no hay manera de siquiera pensar en perdonar a quienes han provocado las heridas que lastiman hondamente, si no intentamos, por lo menos, aprender a vivir –no sobrevivir ni tolerar- en un México para el que no estábamos preparados.
No es sencillo hablar de la violencia generalizada que ha modificado significativamente la forma de vida de pueblos enteros; a veces pareciera que si evitamos traer a colación el tema de la narcoviolencia, lograremos que desaparezca, como si fuera una pesadilla colectiva. Pero no será así y la realidad se encarga de mostrarnos en qué país vivimos.
Si nos hiciera falta recordarlo, basta entrar a los blogs o redes sociales de Monterrey y las ciudades fronterizas, para darnos cuenta que la violencia no se ha terminado; lo que ha ocurrido es que se han intentado apagar las voces de los periodistas y mermar las fuerzas de los activistas que exigen justicia, que buscan a sus desaparecidos o que bordan por la paz, para mantener la esperanza y el recuerdo vivos y unidos.
Ha pasado prácticamente una década de que la violencia empezó a propagarse, a raíz de la política de combate al narcotráfico que inició el Presidente Felipe Calderón; sin duda, ha habido variaciones en la lucha armada contra los cárteles, en la manera en que se vive la violencia en las distintas regiones del país y en las políticas públicas que han intentado implementarse pero todavía sin resultados contundentes.
Quizá no vemos resultados porque, desde el ámbito político, aún no ha se ha dado el paso más importante: aceptar que la violencia se ha instalado en México, ha evolucionado de manera diferenciada a lo largo y ancho del país y, por lo tanto, no bastan las acciones preventivas, se requiere una política integral pero focalizada en las regiones; se requiere una política que conjunte distintos ámbitos, porque las heridas son de distinto tamaño y profundidad, no pueden ignorarse, no son nada más físicas, no sólo afectan a las víctimas directas, también a sus familiares, amigos y comunidades.
Hablar de la violencia, sin tapujos, es un primer paso necesario para intentar sanar y recobrar la anhelada paz que, cada día, se parece más a esos cuentos de los abuelos que nos muestran un mundo que no reconocemos, aunque intentamos imaginarlo.
Hablar de la violencia se vuelve una necesidad apremiante, si queremos empezar a sanar las heridas que nos ha dejado este nuevo México.
Artemisa López León
Investigadora de El Colegio de la Frontera Norte
malopez@colef.mx
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