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Empecemos por una definición: el adjetivo fatal significa “Que es inevitable o está determinado por el destino”, o bien “Que es muy malo, especialmente si causa desgracias o es perjudicial”. Continuemos con una aclaración: desde hace algunos meses, en Matamoros se formó un nuevo campamento de migrantes a orillas del río Bravo, en el bordo. Nuevo, porque en el 2019 hubo otro, que surgió en el contexto de los llamados Protocolos de Protección a Migrantes (MPP, por sus siglas en inglés) durante la administración de Donald Trump y que fue desmantelado a inicios del 2021 cuando Joe Biden llegó a la presidencia de los Estados Unidos.
Las fatalidades han marcado la dinámica de este nuevo campamento de migrantes, de quienes lo habitan. No significa que en el anterior no pasaba, pero en este se han hecho más visibles, incluso van más allá del bordo fronterizo. El denominador común es que las fatalidades suceden en “territorios de la espera”, eso que el geógrafo francés Alain Musset ha definido como aquellos espacios y tiempos donde algunas personas en situación de espera –en tránsito o solicitantes de asilo– se hacen preguntas existenciales sobre sus desplazamientos y prospectivas.
A fines de abril del presente año, por ejemplo, los medios reportaron que al menos “unas 25 moradas precarias fueron incendiadas intencionalmente esta semana en un campamento de migrantes, cerca de la frontera con Texas”. Se referían al de Matamoros, donde fueron quemadas casas de campaña y casas rudimentarias que han construido migrantes procedentes de Venezuela, Colombia, Haití, México. No hubo lesionados, pero sí temor entre los migrantes, particularmente entre familias que perdieron su hogar temporal, que esperaban respuesta a sus solicitudes de asilo en Estados Unidos.
El incendio fue una fatalidad en el nuevo campamento de migrantes en Matamoros. No equiparable a aquel que hubo en la Estación Migratoria de Ciudad Juárez, en marzo pasado, donde alrededor de 40 personas murieron quemadas o asfixiadas, pero sí con un precedente de violencia y miedo que se prestó a la especulación: el incendio fue ocasionado por gente del crimen organizado en la ciudad, como castigo y escarmiento para aquellos migrantes que cruzan la frontera sin pagarles, o bien fue provocado por algunos migrantes, para mostrar su frustración o como protesta por las fallas de la aplicación CBPOne, la cual demora aún más su espera.
A inicios de mayo se presentó otra fatalidad. No en el campamento propiamente, pero sí con relación a unos migrantes que habían cruzado la frontera: ocho personas murieron atropelladas mientras esperaban en una parada de autobús, cerca de un refugio para personas sin hogar y migrantes en Brownsville, Texas. El coordinador del refugio afirmó que la mayoría de las víctimas fueron hombres venezolanos. Mientras que la policía de la ciudad informó que el culpable fue un hombre con historial criminal, que conducía una camioneta y a quien se le acusó de homicidio involuntario.
Homicidio culposo o doloso, la muerte de los migrantes fue considerada una fatalidad para el resto de personas que aún esperaban en el campamento de Matamoros. Por un lado, porque simbolizaba un mal augurio, una forma de pensamiento mágico que ponía en perspectiva un destino cruel después de un largo trayecto, quizás por la ambición de cruzar la frontera o tal vez por la mala suerte. Por otro lado, porque podía representar que “el sueño americano” en realidad era una pesadilla que no solo se vivía en la frontera norte de México, sino también en el sur de los Estados Unidos.
Una última fatalidad emergió la semana pasada, cuando finalizó el Título 42. Sí, esa sección de la Ley de Servicio Público de Salud en los Estados Unidos, que Trump impulsó muy bien para impedir que los migrantes ingresaran, argumentándose una medida de restricción por la pandemia de coronavirus. El jueves 11 de mayo, a la medianoche, finalizaría el Título 42 y los migrantes del campamento creían que entonces la frontera se abriría. Días antes, decenas de familias migrantes arribaron a la central de autobuses en Matamoros. En las calles de la ciudad caminaban con un destino fijo: el bordo del río Bravo donde está el campamento.
La medianoche llegó y el Título 42 terminó, pero la frontera no se abrió como se creía. Quizás esta fue la peor fatalidad porque rompió con la esperanza de muchos y la espera de otros tantos. En la frontera inició un proceso de securitización más visible y cruel: en esta parte del Bravo los agentes de la Patrulla Fronteriza, de la Guardia Nacional, incluso los Troopers, blindaron el cruce a su país, colocaron vallas de púas y advertían con altavoces. Algunas familias migrantes lloraron, otras suplicaron, y algunas desesperadas cruzaron, con niñas o niños, asustados, siendo parte de este espectáculo de frontera y víctimas de fatalidades inesperadas o planeadas.
Dr. Óscar Misael Hernández-Hernández
El Colegio de la Frontera Norte