Sin duda, la primera onda de calor que acabamos de experimentar en Nuevo León, junto a las primeras reducciones en el suministro de agua, que se han llevado a cabo de manera preventiva por Agua y Drenaje de Monterrey, durante las últimas semanas, nos sirven como recordatorio de la velocidad con la que nuestras circunstancias hídrico-climáticas cambian. De pronto tenemos un déjà vu, y vale la pena preguntarnos: ¿Qué hemos aprendido sobre esta situación?
Recordemos que ya desde hace varios años, 2012 para ser precisos, quedó muy bien establecido por el Instituto del Agua de Nuevo León (en adelante, IANL), la manera en la que el fenómeno de sequía afecta la disponibilidad de agua en esta región, y cómo, al añadir otras problemáticas a nuestro contexto hídrico, como el crecimiento poblacional, el desarrollo de la actividad industrial y agrícola; la extensión de la mancha urbana y el cambio climático, nos ubican frente a una situación compleja de manejar.
Una forma simple, para estimar la cantidad de agua que se encuentra disponible en un determinado estado o región, es calcular la disponibilidad de agua per cápita. Este indicador se obtiene al dividir el agua de lluvia total, entre el número total de habitantes. La cantidad resultante se utiliza como un parámetro de referencia: para comparar la diferencia de disponibilidad de agua entre diferentes regiones. A manera de ejemplo, imaginemos dos regiones hipotéticas con la misma cantidad de población, pero diferentes niveles de precipitación: aquella región donde haya más lluvia, será la que cuente con mayor disponibilidad de agua per cápita.
En el estudio titulado “Sequía en Nuevo León: vulnerabilidad, impactos y estrategias de mitigación”, publicado en el 2012 por el IANL, se establece que en México, a nivel nacional, hay una disponibilidad de agua per cápita de 4 mil 312 metros cúbicos anuales, lo cual se considera una disponibilidad baja, sin embargo, al pasar de la visión nacional, a la estatal o regional, encontramos una alta variabilidad en la cantidad disponible de agua.
En el caso de la Región Hidrológico-Administrativa VI Río Bravo, donde se ubica la mayor parte del territorio nuevoleonés, hay una disponibilidad media per cápita de mil 124 metros cúbicos anuales, y dicho indicador se clasifica como de escasez crítica. En el caso de Nuevo León, el IANL determinó que el estado se encuentra en una alta vulnerabilidad ante las sequías; esto lo precisaron, analizando el crecimiento poblacional de las décadas 1960-2010, aunando las proyecciones del Consejo Nacional de Población (Conapo) para las décadas 2020 y 2030, más la disponibilidad media per cápita de agua.
En los resultados se observa claramente que el volumen disponible de agua, disminuye drásticamente conforme aumenta la población, pasando de 9 mil 431 metros cúbicos por habitante por año en 1960, a solamente mil 884 m3/hab/año para el año 2030, elevándose así la vulnerabilidad del estado ante las sequías. El aumento poblacional proyectado por la Conapo para las décadas 2020 y 2030 se anticipa, principalmente, en los municipios metropolitanos, lo cual es consistente con las proyecciones de crecimiento urbano, quedando dichos municipios en una situación de escasez extrema de agua.
Entonces la población aumenta, la temperatura sube y la lluvia disminuye… ¿qué hacer? Lo primero que le recomiendo, es que antes de dejarse sucumbir en un estado de angustia, permeado por el miedo y la incertidumbre hídrico-climática, me permita compartirle un detalle trascendental: las buenas decisiones que usted y yo tomemos como usuarios del agua, tienen la capacidad de transformar nuestra experiencia en un contexto de sequía, y con mucha seguridad, paulatinamente, impactar en las dinámicas de gestión del agua a gran escala.
Lo anterior se aleja del discurso prodigioso, en el que usted y yo nos tomamos de las manos y con el poder de nuestros pensamientos positivos acabamos, de una vez por todas, con la crisis del agua. No, y esto no es para comenzar un debate sobre las posibilidades del pensamiento positivo. Evidentemente nos corresponde reflexionar sobre el valor que le conferimos al agua y las formas en que la usamos, reutilizamos y la aprovechamos.
Pero también es importante subrayar el papel que juega nuestro nivel de interés, de vigilancia, de mantenernos informados sobre las decisiones, en diferentes escalas, que se toman sobre el agua, porque el agua es de todos, y a todos nos corresponde decidir ¿no? De acuerdo con el “Segundo Informe sobre la situación de los recursos hídricos en el mundo” de la Unesco, publicado en el 2006, el problema del agua no radica tanto en su escasez o abundancia, sino en sus mecanismos de gestión. Una mala gestión afectaría aun al contexto hídrico más abundante.
Por lo tanto, nuestras acciones importan, porque aunque usted y yo de manera individual representemos la unidad más pequeña de gestión del agua, en conjunto, representamos una unidad de gobernanza sustancial. De acuerdo con los datos del Inegi 2020, en Nuevo León habitamos un poco más de 5 millones de personas; 5 millones de mujeres y hombres que fungimos como microgestores o gestores ciudadanos del agua. Así que sin omitir el papel fundamental de las autoridades, yo le invito en este momento, a reflexionar sobre el papel que guarda una ciudadanía reflexiva en el manejo del agua, o como decía aquel comercial: ¡Amanda, ciérrale!
Dra. Yeminá Y. Valdez Samaniego
Investigadora posdoctoral, El Colegio de la Frontera Norte-Monterrey