Corredor Fronterizo: Amor, estatus, canciones (…)

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Opinión de Manuel Antonio Jiménez Castillo Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

lunes 14 de noviembre de 2016

Presiento que existe una original y directa correlación entre el generoso número de canciones de amor que invade el país y la incapacidad natural del mexicano por generar reconocimiento. Me dispongo a demostrarlo. Es bien dado en la historia de la música que buena gran parte de las canciones toma en el amor su fuente de inspiración. Este sentimiento universal no discrimina a ninguna comunidad. Si bien, en México, la presencia de esta temática es unánimemente exacerbada en todos y cada uno de los círculos de socialización (desde el autobús hasta el asado). Intuyo que el deseo del mexicano por tal monotemática responde a un aspecto más profundo que el del superficial gusto por. Existe en tal reacción una demanda quejosa e implícita de reconocimiento fracasado. En mi experiencia en el país he comprobado que casi todo mexicano ostenta un cargo de responsabilidad civil. Es presidente, vicepresidente o vocal (o la larga retahíla de “ex”) de una asociación de vecinos, de una parroquia, de un ayuntamiento, de un club de fan, etcétera. Esto conlleva que tengamos, por un lado, infinitas demostraciones de reconocimiento social, y por otro, sin embargo, ese canto incesante al amor que a lo que apunta es a una profunda insatisfacción derivada de tales reconocimientos.

Pero ¿cómo es posible entonces esta paradoja? ¿No pudiera ser, a fin de cuentas, que tales reconocimientos sean tan numerosos precisamente porque no son efectivos y que de alguna manera ese cantar al amor fuera un lamento ante tanta indiferencia de fondo? Algo así como los refrescos de Cola que triunfan fracasando (la compras regularmente porque nunca consiguen eliminar realmente la sed). Si esto fuera así, y así me lo parece, a lo que apuntaría esta cuestión hipotética es al carácter superficial de las relaciones sociales mexicanas. Los encuentros entre las personas siempre se topan con fuertes clichés o barreras que dificultan el reconocimiento del otro por lo que realmente es. En mis hábitos siempre soy por lo reconocido, es decir, presidente de, doctor, hijo de, etcétera. Lo que soy para un otro niega aquello que soy en tanto que para mí mismo. Esta falta de respeto, de no poder vaciarte personalmente en un otro, obliga a crear todo este ingente de epítetos sociales que precisamente por ser tan superficiales condena a una incesante reproducción que no satisface aquello a lo que está llamado a realizar. Ello viene motivado por un estado particular de la conciencia moral mexicana que entiende al vecino como un mero cliché, como algo suspendido de su verdadera intimidad. El mexicano, en esencia, no es individuo sino categoría social. La dificultad para romper con este modo de relaciones tan despersonalizadas comprime una atmósfera exasperante que como solución desarrolla mecanismos espontáneos de evasión. Por ejemplo, el grito de angustia que transmiten las innumerables canciones de amor.

Manuel A. Jiménez-Castillo
El Colegio de la Frontera Norte
Sede Regional de Nuevo Laredo