COP27: el planeta se calienta, la política internacional también

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Opinión de Ricardo V. Santes Álvarez Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 10 de noviembre de 2022

La Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC) fue adoptada en mayo de 1992. Configuró un gran acuerdo cuyo objetivo fue conseguir estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI) «a un nivel que impida interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático» y en la Cumbre de Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas, en Río de Janeiro, se presentó para su firma por los países miembros, marcando así el inicio de una discusión global. La CMNUCC estableció las bases para la acción internacional en cuanto a mitigación y adaptación al CC. Los países firmantes (196) también llamados Parte, se obligan a controlar las emisiones de GEI mediante políticas y medidas de mitigación y aplicación de nuevas tecnologías. Por cierto, los GEI son aquellos componentes gaseosos de la atmósfera, tanto naturales como antropógenos, que absorben y reemiten radiación infrarroja, incrementando la temperatura terrestre y provocando el CC.

Fiel a la costumbre, México firmó el acuerdo sin objeciones en Río, ratificándolo en 1993. El mismo entró en vigor en marzo de 1994 y las Partes concedieron formular, aplicar y actualizar periódicamente programas nacionales; cooperar en los preparativos para la adaptación a los impactos del fenómeno; compilar inventarios nacionales de emisiones de GEI y presentar informes periódicos sobre las medidas adoptadas. Adicionalmente, se aceptó realizar anualmente la Conferencia de las Partes, conocida como COP por sus siglas en inglés. Es por ello que desde 1995 cuando ocurrió una primera reunión en Berlín, se llevan realizan eventos anuales tendientes a negociar rutas para cumplir los objetivos de la Convención.

México ha sido participante regular y a fines de 2010 fue anfitrión de la COP16 en Cancún. Ya entonces se advertía que las reuniones previas no sólo no mostraban avances, sino que desvelaban desencuentros: la experiencia de la COP15 de Copenhague en 2009 condujo a que junto con Dinamarca se emprendiera una campaña para superar los contrastes que sellaron esa cumbre, que se resumían en una lamentable desconfianza entre las partes.

Las reuniones continuaron (la de 2020 se pospuso por la pandemia de Covid19). Destaca la COP21 de París en 2015 donde se sentó el objetivo de disminuir la temperatura a nivel global a no más de 2°C con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar el aumento a 1,5 °C hacia el año 2100. Ahora, la COP27 que desde el pasado domingo 6 y hasta el día 18 se lleva a cabo en Sharm el-Sheikh, Egipto, parte con un dato irrefutable: pese a tantas reuniones no se ha alcanzado el objetivo de estabilizar las emisiones de GEI. Las expectativas son variopintas; según las alocuciones de la sesión inaugural, esta vez el propósito es “volver las palabras en acciones”, definir la operación de los compromisos de París.

Pese a posibles buenas intenciones, COP27 advierte un ambiente de confrontación, donde el tema no es necesariamente el CC sino el posicionarse en torno al conflicto en Ucrania. Alok Sharma, de Reino Unido, orador inaugural y presidente de la COP26 de Glasgow, aprovechó para denunciar la “guerra brutal e ilegal de Putin en Ucrania” que “ha precipitado múltiples crisis globales”, vinculándola con las vulnerabilidades climáticas. Misma senda siguió la representación de Ucrania, aunque no hubo oportunidad de escuchar a la de Bielorrusia, quien pese a tener el turno no recibió el micrófono.

La politización del tema de CC está sentada, por lo que las esperanzas de obtener buenos resultados son mínimas. Acerca del patrocinio recibido de parte de un contaminador mundial como Coca-Cola, o del arribo a Sharm el-Sheikh de “preocupados climáticos anuales” a bordo de numerosos jets privados, mejor hablamos luego.

Dr. Ricardo V. Santes Álvarez

El Colegio de la Frontera Norte