El pasado 13 de septiembre el Partido Acción Nacional celebró 73 años de fundación. En vista de los acontecimientos recientes, creo que la palabra que mejor se adapta a su circunstancia es la de conmemoración. Fue durante el gobierno del Gral. Lázaro Cárdenas cuando las corrientes conservadoras y católicas coincidieron en la necesidad de fundar un partido que disputara el poder al entonces Partido de la Revolución Mexicana (que en 1946 se transformaría en PRI).
Su fundador, Manuel Gómez Morín, dijo en el acto fundacional en 1939: “Al postular la primacía de la nación, el partido pretende que se afirmen los valores esenciales de tradición, de economía y de cultura. Busca también inspirar la ordenación jurídica y política de la nación en el reconocimiento de la persona humana concreta, cabal, y de las estructuras sociales que garanticen verdaderamente su vida y desarrollo.”.
Durante mucho tiempo se mantuvo como el principal partido de oposición en el que las primeras generaciones de militantes sufrieron persecución y cárcel pues estaba vigente el llamado delito de disolución social (aprobado en 1941 y derogado en 1970, gracias al movimiento estudiantil de 1968) que se aplicaba de manera recurrente a los enemigos del régimen. Fue un periodo heróico donde ser militante significaba vivir en condiciones difíciles; se trataba de verdaderos convencidos de los principios que postulaban. La reivindicación de la democracia política fue uno de los ejes en torno a los cuales articularon sus luchas. Durante todo ese tiempo de cerrazón del régimen utilizaron formas de protesta que hoy las nuevas generaciones de panistas reprueban: tomas de puentes internacionales, casetas de peaje, interpelaciones en los congresos, ruidosas manifestaciones con cacerolas, marchas y largas caminatas, etc.
Sería hasta los años ochenta cuando, en medio de la crisis, empezaron a cosechar triunfos electorales en el norte de México, culminando con la gubernatura de Baja California en 1989. El PAN entró a una nueva etapa; la posibilidad de ser gobierno llevó a muchas personas a sumarse a sus filas en busca de cargos públicos.
Desde luego que el triunfo de 2000 se tradujo en una nueva etapa que incluyó una fuerte lucha a su interior. Los intereses suplantaron a los militantes. En adelante, cada candidatura sería disputada sin tregua. En 2006 refrendaron su triunfo presidencial pero con un alto costo pues fue evidente la distancia entre Vicente Fox y Felipe Calderón. Este último no era el candidato del presidente saliente; como tampoco Josefina Vázquez Mota (JVM) lo era de Calderón. Los costos de esta división son evidentes: la candidata panista cayó hasta el tercer lugar de las preferencias ciudadanas. A tal grado fue el distanciamiento entre la candidata y el presidente que éste ha sostenido que JVM perdió porque sus estrategas no supieron difundir los logros de su gobierno; en esa reflexión no hay la mínima intención de asumir ningún tipo de responsabilidad frente al desastre de país que hereda.
Hoy sin el poder presidencial el futuro del partido parece incierto. Felipe Calderón, responsable en gran parte de la catástrofe electoral, se ha empecinado en conservar el control de su partido. Sus problemas de carácter han terminado por hacerse evidentes. El senador Javier Corral le ha enviado una carta, que se hizo pública recientemente, donde le reclama haberlo llamado “cobarde” en reunión con senadores panistas el 28 de agosto. Su respuesta expresa lo que una buena parte de militantes panistas sostienen en privado. Pero además, evidencia la división en la que se encuentra el blanquiazul.
No tener el poder a partir del 1 de diciembre inaugurará una nueva etapa. Al PRI la derrota le costó 12 años para regresar al poder. Mucho me temo que el PAN tardará muchos más, si es que no logra entender que su apuesta debería ser por la democracia y por la causa de los ciudadanos. Seguir imaginando el poder como acceso al botín los puede llevar muy lejos de ganar una nueva elección presidencial.