Una de las críticas habituales que se ha hecho al urbanismo y a la arquitectura del siglo XX es que no pensaban la ciudad para quienes debían habitarla, sino que las concebían como objetos vacíos. Se criticaba la ausencia de las personas, de sus necesidades, su bienestar y su vida cotidiana. Y aún hoy muchos proyectos urbanísticos anteponen la cantidad a la calidad de vida, como en las unidades habitacionales que proliferaron en México desde que en los años 1990 se desregularizó el mercado de la vivienda. Dando paso a los intereses de los constructores y desarrolladores privados, tenemos fraccionamientos de viviendas pequeñas y de mala calidad, con escasos espacios libres y servicios básicos, y alejados de los centros de trabajo, de estudio y de salud. No por casualidad, hoy muchas de aquellas viviendas están abandonadas y vandalizadas.
Además de personas, en las ciudades también habitan animales y plantas que conviven con nosotros; pensemos en los perros, los gatos, los pájaros, los árboles y los ficus. Y, aunque nos desagraden, también hay otros seres vivos, desde ratas y cucarachas hasta una infinidad de hongos, bacterias y virus. Rob Dunn, en su reciente libro Never Home Alone, ha contabilizado 200 mil especies distintas solo dentro de los hogares: en la regadera, en la cama, en los armarios y cajones, en el minisplit y, por supuesto, flotando en el aire.
Que gran parte de los organismos vivos, la mayoría de los cuales no somos capaces de ver, nos resulten desagradables se debe en buena medida al higienismo. Esta corriente tuvo un impacto enorme en el urbanismo, así como en las políticas de salud pública, para la cual era necesario esterilizar el espacio doméstico y urbano. Esto se tradujo en cambios importantes, como en el tratamiento del agua, la ampliación de la anchura de las calles y el fomento de la limpieza y ventilación de las casas, entre otros. Sin duda esta apuesta fue acertada y en poco tiempo se consiguió mejorar la salubridad de las ciudades y reducir la mortandad.
Las prácticas higienistas se llevan por delante el virus del paludismo y la proliferación de palomas (y sus excrementos), pero también, como nos expone Dunn, otros muchos organismos que o bien nos son inocuos (es decir, que no afectan a nuestra vida) o directamente nos son beneficiosos.
Más allá de no exterminar los seres vivos que no nos dañan y de utilizarlos como si fueran unos simples objetos o recursos, se trata también de tratarlos dignamente y de construir ciudades habitables para todos. Me viene a la mente el caso de los caballos utilizados por los carretoneros en muchas ciudades mexicanas. Apenas hace unos meses en Reynosa empezó a aplicarse un reglamento municipal para esta actividad, con el objetivo de eliminar la tracción animal; no terminar con los caballos, sino con el maltrato hacia ellos. Como se ha denunciado muchas veces, los carretoneros no les dan los cuidados, alimento y trato necesario. En esta misma dirección, en Matamoros ha surgido un movimiento que reivindica unas mejores condiciones de vida para los caballos, lo que implica que no sean maltratados ni explotados, pero también una mejor pavimentación de las calles y una movilidad más pacificada que los proteja de los accidentes y lesiones.
Sin duda, la ciudad no debe ser solo de concreto, asfalto y acero, sino que también de estar hecha de seres vivos.
Dr. Xavier Oliveras González
El Colegio de la Frontera Norte