Opinión de Blanca García investigadora del Departamento de Estudios de Administración Pública de El Colef, sede Monterrey de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 12 de abril de 2012

A lo largo de los últimos meses reflexionamos en este espacio acerca de lo que significaría pensar, respirar y vivir en espacios utópicos como conectividad, transparencia o asociatividad. Son estos espacios los que configuran y construyen nuestra idea de ciudad. Pero hay otros elementos no menos importantes que también la configuran. Uno de ellos es la invisibilidad.

La invisibilidad como estilo de vida

Los contextos de intimidación en nuestro andar urbano se han vuelto peligrosos de tan cotidianos, en la medida en que parecen estarse volviendo un estilo de vida. Estamos hablando de una realidad que existe en nuestro entorno personal, laboral y social. No obstante, esta sensación quizás no llegue a tomar rasgos tan visibles como otras realidades que por ser más obvias no las podemos relegar. Si bien es cierto que nosotros mismos construimos nuestros propios contextos, cabe preguntarse de dónde surgen los contextos de intimidación que nos impiden caminar en la calle, salir a ciertas horas, ir a los lugares a los que acostumbrábamos a ir. Si asumimos que es una forma de ejercer violencia, en el mismo nivel que el desempleo, la discriminación o la exclusión social, ¿por qué no la vemos? Tal vez porque es una forma muy sutil de violencia. Es invisible.

Invisibilidad como violencia sutil

Lamentablemente no es lo único que no logramos ver en nuestro entorno cotidiano, muy probablemente saturado de violencias. La más evidente sin duda es la violencia intrafamiliar contra las mujeres y los niños. Pero el descuido, la desprotección –moral y económica– de los padres hacia sus dependientes son expresiones de violencia menos palpables y más cotidianas. Esta forma de violencia no está ni tipificada ni registrada en las instancias municipales y por lo tanto no hay estadísticas visibles. Sin embargo, a nivel nacional se observan estadísticas alarmantes. Mientras 13.4 millones de mexicanos trabajan en el sector informal (CNN-Expansión. 12 de agosto de 2011; http://www.cnnexpansion.com/economia/2011/08/12/mexico-mas-desempleo-e-i…), la prevalencia de violencia contra mujeres mayores de quince años está por encima del 60% a nivel nacional. (Blanca Vázquez, 2012, “Diagnóstico de la situación, evolución y nuevas configuraciones de las familias en el municipio de Piedras Negras, Coahuila”). También los mexicanos en general discriminamos a los siguientes grupos y en las siguientes proporciones a nivel nacional: por edad (78%), por clase social (76%), por color de piel ( 55%). A los jóvenes en el trabajo por no tener experiencia (80%) y a las personas mayores de 50 años en el trabajo (85%) por tener demasiados años, entre muchas otros contextos de discriminación. (Janet Morales, 2012, “Diagnóstico de los patrones y prácticas de discriminación y exclusión vigentes en el municipio de Piedras Negras, Coahuila”). Estas formas sutiles de ejercer violencia (entre muchas otras) se convierten en una realidad invisible, silenciada y excluida del diálogo social explícito. Con ella creamos una imagen devaluada estereotipada y negativa de la convivencia social. De hecho es una forma invisible de construir una realidad económica, social y cultural de la violencia.

Ojalá podamos verlo.