A pesar de las reacciones divergentes que las caravanas de migrantes centroamericanos han suscitado en la sociedad mexicana, todos parecen estar de acuerdo que se trata de un acontecimiento sin precedentes. No obstante, vale la pena preguntarse ¿en qué consiste la novedad? Al contrario de lo que se podría pensar, lo novedoso de esta nueva crisis migratoria no se encuentra en el número de personas que constituyen la caravana. En efecto, los aproximadamente 10 mil migrantes que han llegado a Tijuana no representan algo fuera del común cuando se toma en cuenta que más de 350 mil migrantes centroamericanos han estado en tránsito por el territorio nacional desde 2015. Por lo tanto, los desafíos en los sectores de salud, seguridad y protección de derechos humanos pueden haber cambiado de escala, pero no en su naturaleza.
Lo novedoso de estos movimientos migratorios -que provienen principalmente de Honduras, El Salvador y Guatemala-, se debe a dos consideraciones. En primer lugar su forma de movilidad: en cada lugar donde han llegado los migrantes, han demostrado su preferencia de quedarse juntos y no ser divididos, incluso frente a propuestas de funcionarios locales de repartirlos en diferentes albergues locales para facilitar su estancia. Este deseo de moverse en grupo se deriva de la percepción – no incorrecta – de los integrantes de la caravana que solo así pueden asegurar su seguridad ante la posible amenaza de deportación por parte de las autoridades migratorias mexicanas, así como ante al alto riesgo de ser víctimas de asaltos, o peor, por parte del crimen organizado.
En segundo lugar es su visibilidad. Desde hace años, la gran mayoría de la migración centroamericana que transita por México hacia Estados Unidos lo hace de manera “invisible”. Por lo tanto, nunca llega a suscitar el nivel de interés y preocupación de los medios, las autoridades públicas y la sociedad en general como hemos visto en las últimas semanas. Por supuesto, el arribo de un grupo de miles de personas en condición de vulnerabilidad conlleva una serie de retos, pero la gran mayoría de estos retos ya existían con respecto al flujo de miles de individuos que cruzan el país día a día desde hace años. Lo que ha cambiado es que al hacer visible su presencia, así como los desafíos que su presencia ocasiona, las caravanas han obligado a la sociedad mexicana a enfrentar una realidad cotidiana que muchos han logrado pasar por alto o ignorar conscientemente.
Para los migrantes las razones de organizarse en caravanas parecen obvias. Ante todo, esta forma de migrar ofrece la posibilidad de moverse con más seguridad a lo largo de un trayecto sumamente peligroso. Según un estudio de 2017 de la REDODEM, el 76% de los migrantes entrevistados han sido víctimas de robo, sin hablar de delitos más graves. Luego, para personas huyendo de condiciones de pobreza extrema, los gastos financieros del viaje pueden resultarse prohibitivos. En cambio, la caravana ofrece la posibilidad de realizar el viaje sin la necesidad de contratar a un coyote. Además, la visibilidad misma ha ayudado a facilitar apoyo por parte de gobiernos locales y de organizaciones de la sociedad civil, lo que ha vuelto más factible la travesía hasta la frontera.
A raíz de esto, no sería de extrañar que haya más caravanas que emprenden el viaje a la frontera norte en un futuro cercano. En tal caso, sería deseable que el gobierno y la sociedad civil aprovechen del debate público y los sentimientos de solidaridad ocasionados por la visibilidad de las caravanas para dejar atrás la situación de indiferencia previa y promover soluciones duraderas a favor de los derechos humanos de los migrantes.
Dr. Benjamin Bruce
Investigador y Catedrático CONACYT en el Departamento de Estudios Culturales de El Colef.