Canadá y México rodeados por los estadounidenses: las raíces del expansionismo del presidente Trump

Regresar a Columnas de opinión

Opinión de Lawrence Douglas Taylor Hansen Investigador de El Colegio de la Frontera Norte

jueves 15 de mayo de 2025

Desde principios del año en curso, el presidente Donald Trump ha hecho varias declaraciones públicas sobre lo que él ha concebido como una posible nueva división de territorios en la América del Norte. Según Trump, Canadá podría ser el “estado número 51”, la Groenlandia (dependencia autónoma de Dinamarca) podría ser adquirida por Estados Unidos por medio de la compra, el golfo de México tendría el nombre de “golfo de América” y Estados Unidos retomaría el control pleno del canal de Panamá. El anuncio de estos cambios en la conformación geopolítica del continente ha despertado entre muchos canadienses y mexicanos –y no por la primera vez en su historia– el miedo de que algún día estarían cercados por Estados Unidos por todos lados.

Las raíces de las ambiciones expansionistas de Trump en este sentido algo retórico se remontan a la primera mitad del siglo XIX e inclusive a los años iniciales de la República estadounidense cuando el país todavía era mucho más débil que varias de las potencias de Europa. A lo largo de este período, existió un miedo por parte de algunos de los políticos más destacados de Estados Unidos de que su país estaba rodeado por territorios que pertenecían a la Gran Bretaña y otros países europeos.

Durante la década de 1840, por ejemplo, el presidente John Tyler (1841-45) advirtió, en un mensaje a los miembros del Senado estadounidense, que, en caso de que rechazaran la propuesta para la incorporación de Texas a la Unión Americana, los tejanos buscarían el apoyo y la amistad de otras naciones, particularmente de la Gran Bretaña. Agregó que Estados Unidos ya “estaba casi rodeado por completo por los territorios de las potencias europeas: los [dos] Canadás (Alto Canadá y Bajo Canadá), Nuevo Brunswick, y Nueva Escocia, y las islas en los mares de América” (el océano Atlántico). De manera semejante, el ex presidente Andrew Jackson, en una carta dirigida a Aaron V. Brown, político compañero de Tennessee, en 1843, recomendó extender la “zona de libertad” a Texas para acabar con la ambición e intriga de los británicos a lo largo de la frontera suroeste de Estados Unidos.  Finalmente, en su discurso inaugural del 4 de marzo de 1845, el siguiente presidente, James K. Polk (1845-49) comentó que únicamente una política de anexar los territorios en cuestión (Texas y California, en aquel momento) podría ser garantía contra la agresividad de las monarquías europeas.

Esta misma tendencia continuó durante los años de la guerra entre Estados Unidos y México (1846-48) y de la década siguiente (1850-60). 0tro caso ilustrativo surgió en conexión con un levantamiento de los indígenas mayas en contra del gobierno regional controlado por la población blanca. En abril de 1848, Justo Sierra O’Reilly, el agente de Yucatán en Estados Unidos, entregó a Polk una comunicación del gobernador de dicha provincia ofreciendo a Estados Unidos el “dominio y la soberanía” sobre la península a cambio de cierto apoyo militar para defender a la población blanca de los ataques indígenas; este mismo ofrecimiento también había sido enviado a los gobiernos de la Gran Bretaña y España. En lo personal, Polk favoreció la anexión de la región a Estados Unidos que dejar que fuera ocupado por cualquiera de estas dos naciones. A principios del siguiente mes (mayo de 1848), el senador Edward A. Hannegan de Indiana preparó una iniciativa de ley para autorizar que el presidente ordenara “la ocupación temporal de Yucatán”. No obstante, mientras que se discutía el asunto en el Senado, las noticias llegaron a Washington de que se había firmado un tratado de paz entre las fuerzas beligerantes de Yucatán, negando la posibilidad de llevar a cabo tal propuesta de intervención oficial en la lucha por parte de Estados Unidos.

Durante este período, el gobierno estadounidense también hacía esfuerzos para acabar con los intentos de la Gran Bretaña y Francia para intervenir en áreas como el Istmo de Tehuantepec (Oaxaca), el Caribe y América Central.  A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y la primera década y media del siglo XX (hasta que fue inaugurado el Canal de Panamá en 1914), Estados Unidos compitió con los intereses comerciales británicos y, hasta cierto punto franceses, para la construcción y el control de la propuesta “ruta de Tehuantepec”, que podría tomar la forma de un canal o ferrocarril interoceánico. Respecto a Cuba, la actitud de Estados Unidos, la Gran Bretaña y Francia fue algo ambivalente: aunque cada uno de estos países deseaba que la isla adquiriera su independencia, al mismo tiempo, debido a la rivalidad entre ellos, también preferían que permaneciera bajo el dominio español. En la América Central, Estados Unidos también tuvo dificultades con la Gran Bretaña, y hasta cierto punto con la intromisión francesa en determinados momentos, en torno al control y ejercicio de soberanía sobre algunos territorios, como la costa de Mosquitos (Mosquitia), en el noreste de Honduras y a lo largo de la costa de Nicaragua, y las Islas de la Bahía de Honduras (Bay Islands). El gobierno estadounidense argumentó que el protectorado que la Gran Bretaña había establecido sobre Mosquitia y la colonia que había fundado en las Islas de la Bahía constituyeron violaciones del Tratado Clayton-Bulwer de 1850. La disputa fue finalmente disuelta en 1860, cuando la Gran Bretaña acordó ceder su control sobre estos dos territorios a Nicaragua y Honduras, reteniendo únicamente las colonias de Honduras Británica (Belice, a partir de 1974) y Guayana Británica (Guyana, a partir de 1966).

En síntesis, desde el punto de vista histórico, los intentos de Estados Unidos (y éstos han sido numerosos) para adquirir o ejercer dominio sobre las rutas de tránsito y puestos de avanzada (los llamados “defense outposts”) en las Américas y sus aguas circundantes, han sido en respuesta, en gran parte, a un miedo (infundado o no) de quedarse rodeados por otros países, sean éstos vistos como competidores o enemigos potenciales. Es una noción muy antigua que ha sido adoptada por muchos países e imperios a lo largo de la historia y que sin duda persistirá durante mucho tiempo en el futuro.

Lawrence Douglas Taylor Hansen
El Colegio de la Frontera Norte, Departamento de Estudios Culturales


Las opiniones expresadas son responsabilidad de quien las emite y no reflejan necesariamente una postura institucional de El Colegio de la Frontera Norte.

Loading