Algo estamos haciendo mal

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Opinión de Cirila Quintero Ramírez de El Colegio de la Frontera Norte

miércoles 25 de enero de 2012

La noticia de la muerte por hambre de habitantes de la Sierra Tarahumara, a pesar de ser negada por las autoridades, debería provocarnos vergüenza por la inequidad e injusticia que existe en nuestro país. Es evidente que no hay igualdad de oportunidades y trato equitativo para todos los mexicanos. La coexistencia de uno de los hombres más ricos del mundo y la existencia de millones de pobres en el mismo país es una evidencia de que algo estamos haciendo mal para no ser un país equitativo y justo.

Parte de la explicación de lo que hemos hecho mal como país está en la forma de gobernar en las últimas décadas, y el modelo económico que se ha adoptado, en donde lo prioritario ha sido mejorar la competitividad del país a nivel internacional, sin importar que los indicadores de la economía nacional como serían el empleo, el poder adquisitivo del salario mínimo, el estado de la micro y mediana empresa y la situación del mercado interno, se hayan deteriorado durante esa búsqueda de competitividad.

Los gobernantes se enorgullecen de que México, a pesar de la crisis que viven otros países, especialmente en Europa, se mantiene fuerte, y en un nivel competitivo importante, y más aún que no se avizoran grandes problemas en materia económica. Más aún aprobando reformas fundamentales, como una nueva Ley Federal del Trabajo, el posicionamiento del país se mejorará más. La ceguera de los gobernantes es sorprendente: cómo podemos decir que vamos bien, cuando de 2008 a 2010 se incrementó de 48.8 millones a 52 millones el número de mexicanos en condiciones de pobreza, de ellos 11.7 en pobreza extrema, es decir, con tres o más carencias sociales, de acuerdo con el Coneval. En la pobreza extrema estaban no sólo los tarahumaras, que ahora nos sorprendemos que mueran de hambre, sino todos los grupos vulnerables y marginados por décadas por los distintos gobiernos municipales, estatales y federales. La pobreza de los grupos étnicos, de los millones de familias campesinas y de los habitantes de zonas marginadas de las grandes ciudades es una pobreza estructural que no se alivia con despensas, sino que necesita programas sociales que incluyan empleo, educación, salud y vivienda, que los integre a la sociedad de manera equitativa. Sin embargo, esto parece un proyecto cada vez más lejano, primero, porque no sólo no se ha solucionado el problema ancestral de estos grupos vulnerables, sino que se ha ampliado: la pobreza se ha enseñoreado a lo largo de todo el territorio nacional desde el norte hasta el sur. Hace tiempo se consideraba que en el norte no existía la pobreza, hoy con problemas en su agricultura, el cierre de sus industrias y la inseguridad en que viven sus habitantes, la pobreza no es ajena al norte. La otra parte de lo que hemos hecho mal reside en nosotros como ciudadanos por no cuestionar la forma en la que se ha gobernando y la ausencia de propuestas alternativas que disminuyan la inequidad y pobreza que persiste en el país.

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